VE-05 SEPTIEMBRE 2014
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Don Aristeo y doña Abigail<br />
Don Aristeo y doña Abigail formaban un matrimonio infeliz, como<br />
hay muchos, ya que la mujer era cabrona en sumo grado, y el marido, un<br />
pendejo y dejado.<br />
Doña Abigail estaba cargada de carnes, teniendo, además, grueso y<br />
caído el labio inferior, sin dejar nunca una mueca de enfado que ponía<br />
siempre en su rostro.<br />
Él era un sujetillo chaparro que no le llegaba ni a la barba (peluda,<br />
por cierto) de su mujer, y estaba tan enclenque que los pantalones,<br />
amarrados con un lazo a la cintura, se arrugaban en la parte trasera que<br />
lleva el horripilante nombre de “nalgas”, digo, cuando se trata de<br />
individuos, pues si nos referirnos a las redondeces traseras femeninas, la<br />
palabra lleva un adjetivo muy sugerente; “buenotas”, por ejemplo.<br />
Atendían una tienda de abarrotes.<br />
-¿A qué horas te vas a levantar, bolsas miadas? Ya es hora de abrir<br />
la tienda <br />
-¡Qué bien chingas, pinche vieja!<br />
Y aunque a regañadientes, a las siete de la mañana don Aristeo<br />
abría las puertas para que entrara la clientela.<br />
Ella le ayudaba cuando le daba la gana. Pero, lector, no vayas a<br />
pensar que se apresuraba a despachar un kilo de azúcar, por ejemplo,<br />
no, pues apoltronada en una silla mecedora y tragándose un elote, un<br />
uchepo o la guzguera que tuviera a la mano, le pegaba de gritos al<br />
marido:<br />
-Muévete, huevón; esa niña ya tiene un buen rato pidiéndote una<br />
bolsa de jabón para lavar.<br />
Una vez, cuando en la tienda no había clientes, don Aristeo se<br />
acercó muy cariñoso a su mujer.<br />
-¿Desea una tacita de café mi linda esposa?<br />
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