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VE-05 SEPTIEMBRE 2014

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Charles Town, (Carolina del Sur) junio 1757<br />

Sintió que se habían parado, porque el barco se mecía en un vaivén<br />

continuo, sin alteraciones. En la bodega hacía calor y hedía a orines,<br />

heces y sudor. Les llevaron la comida, avena, agua y una hogaza de pan<br />

mohoso. Las ratas se habían acabado. Ulises buscó su hebra de hilo e<br />

hizo otro nudo, había estado haciendo nudos desde el día en que les<br />

encerraron. Se abrió la escotilla y les obligaron a salir. El sol les recibió<br />

cegándoles, después de tres meses sumidos en la oscuridad. Les echaron<br />

agua para quitarles el olor que sus cuerpos despedían. Una vez tierra<br />

adentro, les llevaron al mercado. Las cadenas y el látigo les impidieron<br />

huir. Y se despidió de su hijo en el viento.<br />

Charles Town, agosto 1757<br />

La ciudad les recibió con un bochornoso calor. Durante la travesía<br />

Martín aprendió a jugar a las cartas y a los dados, y “gracias al señor”,<br />

como él decía, había conseguido una pequeña fortuna, lo<br />

suficientemente grande para buscar a Ulises y reunirle con su hijo. Lo<br />

primero que hicieron fue ir al mercado de esclavos. Allí en los registros<br />

se enteraron de que Ulises había sido comprado por un tal Murray, y le<br />

habían llevado a Darlington. Compraron dos caballos, una mula, una<br />

pistola y provisiones. Rai, impaciente, quería salir ya a por él, pero<br />

Martín le sonrió y le explicó que quedaban muchos días de viaje y<br />

necesitaban descansar. Le siguió con desgana a buscar alojamiento. Él<br />

tuvo que dormir en el establo con los animales recién adquiridos. Por el<br />

color de su piel.<br />

Antes de la puesta del sol, emprendieron el viaje. Tenían que<br />

dirigirse al norte, detrás de las montañas estaba su destino. Cabalgaron<br />

sin descanso, debían seguir el curso del río, y se internaron en los<br />

bosques de abedules sorteando los peligros, hasta que llegaron a las<br />

montañas. Cruzaron por un desfiladero de pendientes empinadas,<br />

habían desmontado y caminaban conduciendo a los caballos, no había<br />

otra manera de hacerlo. Al llegar a la cima, vieron que abajo se<br />

extendían campos y mas allá las casas de Darlington. Después de veinte<br />

días cabalgando se sintieron esperanzados.<br />

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