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LA MADRE ENTRÓ EN LA HABITACIÓN POR QUINTA VEZ Y<br />
aunque Luquitas no había terminado se sentó en una<br />
de las sillas a esperar por él. La impaciencia la devoraba<br />
por dentro. Dos veces tuvo la intención de pedirle<br />
al muchacho que se detuviera pero este sería el<br />
peor de los momentos para contrariarlo. Sí, la noticia<br />
era importante. La noticia era muy importante y para<br />
que ella pudiera explicarle al muchacho de qué se<br />
trataba el asunto, necesitaba que él estuviera tranquilo,<br />
reposado, en paz, no debía comenzar bajo uno<br />
de aquellos ataques de rabia a los que la madre tanto<br />
temía. Era necesario prepararlo desde ahora, con todo<br />
el tiempo <strong>del</strong> <strong>mundo</strong>. <strong>El</strong> abuelo vendría. Ja<strong>más</strong> pensó<br />
que iba a regresar pero el mensaje no dejaba lugar a<br />
las dudas. Resultaba imprescindible que Lucas entendiera<br />
la importancia de la visita. La <strong>del</strong> abuelo no<br />
era una visita <strong>más</strong> sino la visita que habían esperado<br />
con <strong>más</strong> ansiedad y desvelo. <strong>El</strong>la y su marido vieron<br />
pasar los años y ya habían renunciado al regreso <strong>del</strong><br />
viejo, y ahora, cuando menos lo esperaban, les avisaba<br />
que ya estaba haciendo las maletas. Se abanicó<br />
con el papel <strong>del</strong> correo electrónico que unos minutos<br />
antes le trajera Debie, su vecina de enfrente, y a pesar<br />
de que sabía que al muchacho le disgustaba que<br />
leyeran sus pensamientos grabados en la pared no<br />
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