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OTILIO CARVAJAL MARRERO<br />
Me gustaba verlo como me lamía las canillas y<br />
los dedos.<br />
En <strong>más</strong> de una ocasión le pedí a Dios sentirlo<br />
por un segundo aunque luego regresara a mi estado<br />
natural.<br />
Pero nada.<br />
Seguramente el a<strong>del</strong>antado se dio cuenta de que<br />
Dios no accedía a mis súplicas porque a los seis meses<br />
de vivir conmigo dejó de lamerme y apenas se contentaba<br />
con olisquear y olisquear.<br />
Ya ni olisquea.<br />
Se limita a tumbarse al lado de mi sillón de ruedas<br />
y a esperar los huesos de carapacho que mi mamá<br />
le lanza.<br />
Mi papá insiste en que me adora; le dice a las visitas<br />
que no ha conocido adoración igual pero yo creo<br />
que le pasa lo mismo que a mis dos hermanos mayores.<br />
Yo estoy ahí, quieto, no molesto casi y ellos vienen<br />
y me miran y me sonríen <strong>triste</strong>mente si hay visitas,<br />
para que la gente se lleve una buena impresión.<br />
Es la única exigencia con respecto a mí que mis<br />
padres les han hecho a mis hermanos.<br />
No tienen que lavarme, ni darme de comer, ni<br />
hablarme de sus vidas.<br />
Antes mi hermana Natividad me leía cuentos.<br />
Me los leía con deseos y cariño, después mi papá<br />
tuvo que rogárselo y ahora, ni obligándola lo haría.<br />
Seguramente es porque mi hermana Natividad<br />
tiene veinte años y un novio.<br />
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