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EL LIBRO MÁS TRISTE DEL MUNDO<br />
así: esta fue nuestra experiencia real y sepa que se la<br />
he contado sin quererla matizar especialmente. No<br />
he colocado un grano de canela, ni un ajo, ni un pimentón<br />
para darle picante. Así como se la he contado<br />
sucedió.<br />
Mi abuelo, cuando ya salimos al patio y yo le dije<br />
que me moría de las ganas por comerme un pedazo<br />
<strong>del</strong> pollo que se estaba quemando sobre la parrilla,<br />
tenía dibujada en la cara una gran mueca de dolor<br />
que ni siquiera desapareció cuando me explicó con<br />
dulzura infinita que aquello era un cerdo, animal de<br />
carne <strong>más</strong> jugosa y rica que el pollo. Ven, me dijo,<br />
mientras se acercaba al animal y arrancaba un pedazo<br />
<strong>del</strong> lomo, cómetelo con las manos, embárrate bien;<br />
el puerco y el mango son iguales: si no te embarras<br />
no los disfrutas. Esa, niño mío, es mi primera enseñanza:<br />
para disfrutar las cosas en toda su intensidad<br />
hay que embarrarse hasta los hombros. Ahora mismo,<br />
la voz se le sentía desencajada, aunque te parezca<br />
una locura, me he embarrado tanto de mi familia<br />
que estoy harto. Se sentó en el suelo y me invitó a<br />
sentarme a su lado y mirando al puerco que comenzaba<br />
a arder como una antorcha dijo casi en un murmullo:<br />
Solamente nos quedaremos el tiempo suficiente,<br />
después nos iremos para que comiences a vivir tu<br />
vida.<br />
A partir de ese momento el poco tiempo que tardó<br />
hasta nuestra partida todo fue un juego. Mis padres<br />
no se dieron cuenta de nada ¡cómo podrían hacerlo! y<br />
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