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OTILIO CARVAJAL MARRERO<br />
—Sí, es verdad, ya no pinto casas.<br />
—Entonces estoy perdido, no tengo manera de<br />
saber que eres tú.<br />
<strong>El</strong> viejo se inclinó sobre el muchacho y pegó sus<br />
labios a los de Luquitas. Lo besó suave, amorosamente,<br />
sin importarle la baba espesa que poco a poco se<br />
fue mudando de los enormes labios de su nieto a los<br />
suyos.<br />
—Soy yo, niño, soy yo —susurró el viejo y se<br />
separó nuevamente.<br />
Un «Sí» enorme se dibujó en la pared y durante<br />
diez minutos solamente pudo escucharse el llanto<br />
reposado, dulce, feliz, de Luquitas y un portazo feroz<br />
que desprendió las viejas clavijas de la puerta.<br />
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