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OTILIO CARVAJAL MARRERO<br />
mi abuelo que él se las imagina pero que no tiene los<br />
detalles, y que sería decente y de buena persona contarle<br />
el cuento. Sé que no es mucho pedir por eso le<br />
cuento la historia y así usted, que ha tenido tanto<br />
que ver con todo, también la conoce.<br />
Después de que Nati, mi madre, se fuera dando<br />
un exagerado portazo estuvimos, mi abuelo y yo, llorando<br />
y dándonos cariños en las manos como diez<br />
minutos. Quizás no hubiéramos terminado ja<strong>más</strong> si<br />
no hubiera sido porque Sidartha haló una silla y se<br />
sentó a nuestro lado para explicarnos detalladamente<br />
el plan que se le acababa de ocurrir.<br />
—Ya lo tengo, Don Lucas. Ya sé cómo resolveremos<br />
el asunto.<br />
—Él es Sidartha —presentó el abuelo—, vino a<br />
ayudarnos.<br />
—Hay una sola vía. Usted quizás no se haya dado<br />
cuenta —Sidartha bajó el tono de su voz—, pero en<br />
esta casa no hay una sola persona que quiera que usted<br />
se lleve a Luquitas. Los dos muchachos están pensando<br />
en ellos y los padres creen que ya el muchacho<br />
está liquidado, que no tiene futuro y que lo mejor<br />
sería que usted se llevara para Miami a cualquiera de<br />
sus otros hijos. Y, no los culpe, es normal que piensen<br />
así. Pero usted no se llevará a nadie si el muchacho<br />
no quiere acompañarlo, y Luquitas, así como está,<br />
ja<strong>más</strong> irá a ningún sitio.<br />
—<strong>El</strong> tiene razón, abuelo —pensé contra la pared—.<br />
No me iré.<br />
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