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OTILIO CARVAJAL MARRERO<br />
conmigo. Sé que él al principio se negará. No tiene<br />
un ápice de tonto. Está enfermo <strong>del</strong> cuerpo, no de la<br />
cabeza, pero lo convenceré, para eso llevo a Sidartha.<br />
No te había hablado antes de él porque hasta hace<br />
unos días no tuve la certeza de que lo llevaría conmigo.<br />
Ahora sé que no me queda ninguna alternativa:<br />
si no llevo a Sidartha, ja<strong>más</strong> podré convencer a<br />
Luquitas para que venga. Sidartha es un niño que<br />
tiene poderes increíbles, mágicos; sobre todo para<br />
trabajar en las mentes de los otros niños. Lo conocí<br />
en mi viaje a las pirámides <strong>del</strong> Sol y de la Luna de<br />
San Juan Teotihuacán. Me ayudó a subir hasta la<br />
cima de una de ellas, la de la Luna que es la <strong>más</strong><br />
difícil de escalar. Yo llegué hecho un montón de escombro<br />
sudoroso y él como si nada. Entonces me<br />
habló de su padre indio y su madre china, de por<br />
qué había vivido en tantos países perseguido por los<br />
hombres sin fe, al punto de que ya casi olvidaba<br />
cómo era su aldea. También me habló de los poderes<br />
y la gran sabiduría que le habían vertido sobre la<br />
cabeza al nacer; de su amistad con Sathia Sai Baba,<br />
el gran gurú, y por último, cuando ya comenzábamos<br />
el descenso me dijo: yo lo esperaba desde hacía<br />
días, Don Lucas. Me sorprendí mucho, ja<strong>más</strong> le<br />
había dicho mi nombre. ¿Cómo es que sabes mi nombre?,<br />
le pregunté. Ya le dije que llevo días esperándole,<br />
dijo con sequedad. Por un momento pensé que<br />
era un raterito de esos que abundan en los lugares<br />
sagrados. Revisé en mis bolsillos y tenía todos mis<br />
documentos allí, quizás alguien en el hotel donde<br />
me hospedaba le había dado el nombre, de todas<br />
maneras, por sí o por no, lo escuché con atención.<br />
Usted ha venido aquí, dijo, a rogarle a los dioses por<br />
su nieto enfermo, por su nieto que según sus pensamientos<br />
es un pedazo de nada encima de un sillón<br />
de ruedas. Mi sorpresa fue mayor. Ja<strong>más</strong> he dicho<br />
en voz alta una sola oración por Luquitas. Ja<strong>más</strong>,<br />
hija mía, he rogado por Lucas donde otros pudieran<br />
escucharme. Me senté sobre el primer peldaño de la<br />
escalera y con la mano comencé a secarme un sudor<br />
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