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OTILIO CARVAJAL MARRERO<br />
día susurraba: cuando salí de La Habana / de nadie me<br />
despedí / solo de un perrito chino / que venía tras de mí.<br />
Desde que me compró la computadora no canta,<br />
insiste diez, quince, veinte veces al día que debo<br />
escribirle una carta a Sidartha: él está solo allá, dice,<br />
aunque no le lean la carta, escríbele. Tú conoces toda<br />
la historia pero él solamente se la imagina; no olvides<br />
que fue quien nos salvó la vida.<br />
Y es verdad pero no puedo escribirle una carta.<br />
Sé que Nati, mi madre, reunirá a toda la familia alrededor<br />
de su cama, la leerá en voz alta y cuando sepan<br />
que quien está encima <strong>del</strong> sillón no soy yo harán de<br />
la ya mala vida que lleva Sidartha, un infierno.<br />
No, no haré eso, por esta vez no le haré caso a<br />
mi abuelo.<br />
Mañana mismo le doy un sobre lacrado con un<br />
papel en blanco dentro para que lo eche al correo y<br />
asunto resuelto, o por lo menos resuelvo el dalequedale<br />
de mi abuelo.<br />
Ya sé cómo hacer que Sidartha se entere de todo:<br />
se lo pediré a Sathia Sai Baba.<br />
Hoy abrí el bloc de notas <strong>del</strong> ordenador para que<br />
no se me olvide.<br />
Ahora escribo en él, me es muy útil.<br />
No pensar contra la pared y aprender a escribir<br />
fue para mí lo <strong>más</strong> difícil de mi nueva vida; me salvó<br />
la pantalla <strong>del</strong> monitor que bien mirada es una pared<br />
sobre la que van cayendo las letras que uno piensa en<br />
el color y el tamaño que elija.<br />
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