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A LAS TRES EN PUNTO DE LA TARDE SE DETUVO el automóvil<br />
color crema frente a la casa de Natividad Carvajal<br />
y ella sintió un intenso escalofrío que le recorrió<br />
desde la punta de los dedos <strong>del</strong> pie izquierdo hasta<br />
la cocorotina. Era un manojo de nervios. Se había<br />
levantado a las seis de la mañana y luego de baldear<br />
toda la casa, sacudir el polvo de los muebles, bañar al<br />
perro con mucho champú y mucho jabón, arreglar<br />
las flores en el búcaro destinado a la fotografía de su<br />
mamá y darle una abundante friega a Luquitas con<br />
todos sus aditamentos, se sentó frente a la cómoda<br />
de su cuarto a componerse. Llevaba muchos años sin<br />
dedicarse un solo segundo y debía verse bien, no podía<br />
permitir que su padre la viera hecha un guiñapo.<br />
<strong>El</strong> marido se lo había dicho: para que respete lo que<br />
quieres, tienes que sorprenderlo.<br />
Le había pedido a Debie, la vecina, que le hiciera<br />
compañía un rato, que no la dejara sola por lo<br />
menos durante la primera hora después de la llegada<br />
<strong>del</strong> viejo. La vecina aceptó y no solamente porque<br />
la curiosidad la mataba sino porque Nati, la<br />
mujer de Tony, siempre se había comportado muy<br />
bien con ella.<br />
Cuando sintieron que el automóvil se detenía<br />
afuera estaban en la sala, sentadas frente a un<br />
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