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EL LIBRO MÁS TRISTE DEL MUNDO<br />
que todos suponían. Hoy desistí. Desde que entré<br />
en tu cuerpo traté de componerlo, de remendarlo<br />
un poco, pero no es posible. Y es mejor. Así mi<br />
calvario será <strong>más</strong> corto.<br />
Miré a mi abuelo y él me miró con los ojos enrojecidos<br />
y llorosos. Se viró hacia Sidartha y casi contando<br />
las palabras le dijo: Dios lo bendiga, anciano, y<br />
que su descanso sea rápido y en paz.<br />
Mi abuelo se puso de pie y sin decir nada <strong>más</strong><br />
abandonó la habitación. Yo estuve todavía como dos<br />
minutos <strong>más</strong> mirando a Sidartha y luego abandoné<br />
para siempre aquella habitación que había sido mi<br />
imperio, mi reino, mi jungla, mi cárcel.<br />
Cuando llegué al patio todos estaban sentados a<br />
la mesa y esperaban por mí. Mi abuelo desde la cabecera<br />
me pidió que me sentara en un asiento vacío<br />
que estaba a su derecha. Y cuando me senté comenzó<br />
a bendecir la mesa. Evidentemente el hábito de<br />
bendecir los alimentos antes de comenzar a comer<br />
no había durado mucho en la casa de mi familia desde<br />
que mi abuelo partió en busca <strong>del</strong> médico chino,<br />
porque la cossa nostra y Nati, mis hermanos, cuando<br />
mi abuelo comenzó a rezar ya tenían la boca llena<br />
como dos tiburones o dos aguamalas.<br />
<strong>El</strong> rezo fue largo y <strong>triste</strong>. Mi abuelo pidió salud<br />
para todos, que se mantuviera unida la familia, que<br />
el amor primara en ella, que vinieran épocas de bonanza<br />
y tranquilidad para todos, que Dios cada día<br />
repitiera la gracia de abonar con alimentos suficientes<br />
la mesa de nuestra casa.<br />
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