negarse a pagar impuestos en determinadas circunstancias; acudir aotras formas de resistencia civil; optar por el recurso de la insurreccióncívica frente a un gobierno usurpador, etcétera.entre el estado democrático y el Estado de derecho se establece unarelación singular. En la sociedad democrática se rebasan, según Lefort,las fronteras asignadas tradicionalmente al Estado de derecho: “(Lademocracia) sufre el ejercicio de derechos que todavía no tiene incorporados,y es teatro de una opugnación cuyo objeto no se reduce a laconservación de un pacto tácitamente establecido sino que surge deciertos focos que el poder no puede controlar por completo” (Lefort,1990: 25). Gracias al reconocimiento de los derechos del hombre, sedespliegan en el espacio público un conjunto de demandas (derechoa la educación, al trabajo, a la huelga, a la salud, a la seguridad social,a la diferencia, a la privacidad, a la memoria histórica, etcétera) querebasan por mucho las fronteras del Estado de derecho establecido.ahora bien, la sociedad democrática no puede renunciar a la permanenteinstitución de derechos <strong>humanos</strong> so riesgo de acabar por traicionarsea sí misma. La democracia, sostiene Lefort, se instituye apartir del reconocimiento del derecho a tener derechos. Si la esencia delrégimen totalitario es no admitir estos derechos –ya que eso implicaríauna suerte de haraquiri–, la esencia de la democracia es afirmarlosen un vértigo sin principio ni fin. Claude Lefort señala que la eficaciasimbólica de los derechos <strong>humanos</strong> como principios generadoresde democracia radica en que éstos aparecen ligados a su conciencia.Su importancia descansa no sólo en su objetivación jurídica –lo cual,dicho sea de paso, no es menor– sino sobre todo en la adhesión queprovocan entre los hombres. Sin embargo, la conciencia del derecho ysu institucionalización mantienen una relación problemática: “Por unlado, la institución implica, con la formación de un corpus jurídico yde una casta de especialistas, la posibilidad de una ocultación de losmecanismos indispensables para el ejercicio efectivo de los derechospor parte de los interesados; por el otro, suministra el apoyonecesario para la conciencia del derecho” (Lefort, 1990: 26).empero, esta contradicción no acaba por minar la dimensiónsimbólica, vale decir, política del derecho en la sociedad democrática.Sólo en la democracia, la conciencia del derechoes irreductible a cualquier objetivación jurídica; sóloen esta forma de régimen político, la sociedad tiene quedescifrar por sí misma el sentido último del derecho.Nadie puede asumirse como el guía, el profeta o elprimer legislador que definirá las diferencias entreFOLIOS
las buenas y las malas leyes. La democracia moderna se funda sobrela base de la legitimidad de un debate sobre lo legítimo y lo ilegítimo,debate necesariamente sin garantía, sin origen ni destino, y sin término:“La división entre lo legítimo y lo ilegítimo no se materializa enel espacio social, solamente es sustraída a la certeza, pues nadie sabríaocupar el lugar de gran juez, pues ese vacío mantiene la exigencia delconocimiento” (Lefort, 1991: 51). La legitimidad del debate sobre lolegítimo y lo ilegítimo supone que nadie ocupe el lugar del gran juez:ni un hombre providencial, ni un grupo, aunque fuera la mayoría. Lajusticia aparece, entonces, ligada a la existencia de un espacio públicoque favorece el hablar, el escuchar, sin estar sujeto a la autoridad delotro.esta conciencia del derecho irreductible a su positivación jurídica provocamúltiples secuelas en la sociedad política: se reivindican nuevosderechos (de primera, segunda, tercera, cuarta generación...); se activannumerosos grupos sociales (obreros, campesinos, colonos, comerciantes,pescadores, consumidores, ecologistas, pacifistas, etcétera); yse legitiman diferentes modos de existencia (feministas, toxicómanos,objetores de conciencia, homosexuales, bisexuales, transexuales,transgéneros, etcétera). De ahí que los derechos <strong>humanos</strong> aparezcancomo un motor que mantiene con vida a la propia democracia.III. a manera de concLusIónFOLIOSla dimensión política de los derechos del hombre ha provocado, entre otrascosas, cambios singulares en la estrategia y discurso de las luchas inspiradasen la noción de los derechos. En primer lugar, estas luchas noaspiran ya a una solución global de los conflictos sociales mediante laconquista o la destrucción del poder político. El Palacio de Inviernoes para ellos una simple metáfora literaria. A contracorriente de ciertateleología marxista, que suponía la reconciliación definitiva del hombreconsigo mismo al final de la Historia (con mayúscula), el objetivoúltimo de estas luchas no es el derrocamiento de la clase dominante,la instauración de la dictadura del proletariado y, en consecuencia, laextinción del Estado y la abolición de la propiedad privada. Su objetivoes menos ambicioso pero más efectivo: la instauración de un podersocial que permanentemente ponga en tela de juicio la legitimidad delEstado. Ciertamente, el Estado puede recurrir en cualquier momentoal monopolio legítimo de la violencia para aplicar la coerción, perono es menos cierto que el fundamento legítimo de la violencia aparececada vez más cuestionado y el costo de usarla se eleva de manera
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