PALOMA ROBLES M.difícil introducirse a una capital, sobre todo una como la colombiana, bogotá.una ciudad que vibra, siente, obedece y se aloca. expectante del arte, delteatro, de escenarios políticos, de vías públicas cosmopolitas, de transporteeficiente.sus numerosos proyectos ciudadanos la convierten en punta de lanza deotras ciudades latinoamericanas, como la nuestra.música tropical, a veces salsa, a veces merengue, pero siempre vallenato yritmos del candente reggaetón, recuerda que Colombia es así, intensa. Pasitosapretados, caderas resbalosas y un tono de voz que pareciera queja, pero queraya en la insinuación. Los taxis al acecho de las multitudes de jóvenes quepor estudios habitan la ciudad y que llegada la tarde atascan las zonas de laCandelaria, la Macarena, Chapinero, Andino y el parque de la 93. Risas sencillas,caminatas intensas, noches oscuras ahogadas de aguardiente anisadoy cerveza tibia.manifestaciones constantes, unas más resignadas que otras. De blanco, denegro. La plaza Bolívar, atestada de historia, de dolor, muerte, secuestro,desapariciones. Pero también alegría y esperanza. Rescates con olor a crimen.Una fingida paz, adjetivada por los medios y malamente sustentada en la felicidadde la gente. Colombia es el tercer país más feliz del mundo, según unestudio realizado por el politólogo americano Ronald Inglehart.a su vez, se ven transitar cuantiosos convoyes de seguridad, escoltas, camionetasblindadas, farolas, calles cerradas para el tránsito oficial. Desfilesdiarios de trajes milicianos, unos más modernos que otros. Mi favorito: el delejército nacional, cuyo camuflaje caqui en forma de píxel recuerda lo avanzadodel tema en el país.la presencia de tantos elementos de seguridad en las calles reflejaría un ambientetranquilo, convincente. Pero contrario a lo creído, y anunciado por losmedios y sus vedettes internacionales, en Bogotá también se respira incertidumbre.FOLIOSEstudiante de Ciencias Políticas y Gestión Pública, en el iteso. Mención especial, Premio Jalisco de Periodismo2000, categoría estudiantil. Reportera de la revista Proceso, Jalisco.
FOLIOScapital donde convergen las mayores necesidades del país, donde confluyenlos sentimientos encontrados de una nación que vive dividida. Según elcenso de población 2003, de los ocho millones de colombianos que cambiaronsu entidad de residencia, 38 por ciento lo hizo hacia la capital. Por tanto,Bogotá es una ciudad de “anhelo” para estudiantes foráneos, desplazados,refugiados políticos, indígenas y productores del campo. Es la gran “papaya”(por no decir manzana) que nadie puede morder.fue un 12 de marzo cuando sentí que pertencía a la ciudad. Caminaba lasveinticinco cuadras nubladas de la Universidad Javeriana a mi sitio de trabajo,el Servicio Jesuita a Refugiados, una asociación civil que vela por losderechos de los desplazados, que hoy ascienden a cuatro millones, según laConsejería para los <strong>Derechos</strong> Humanos y el Desplazamiento Forzado.tomé una ‘buseta’ en la calle 45, y de repente me percaté de mi condición.Ése día fui una más, sin distingos; sin miedos mas que los conocidos; sinpreguntas, sólo respuestas. Ése día la ciudad firmó mi adopción y yo laacepté, quizá en la inconsciencia de lo que repercutía.el viaje por las entrañas de la gran colombia, paraíso del encono y la felicidad,tomaba poco a poco forma. Me inquietaba la reciente idea sobre lacolombianización de México, y para sorpresa mía el tema trascendía lo político;en repetidas ocasiones la gente recurría a este dicho para mostrar nuestravinculación: “Las clases altas colombianas se quieren parecer a los europeos,las clases medias a los norteamericanos y las clases bajas a los mexicanos”.nuestras costumbres son compartidas. Desde el absolutismo católico, elcomercio informal y el “atajismo” cultural, también conocido como gandallismo,hasta lo sencillo y delicioso de un jugo natural de mañana, lacomida condimentada, los fríjoles (con acento en la í), cocidos en la rudimentariaolla exprés y las arepas rellenas que semejan nuestros tacos.la cultura mexicana ha permeado en la colombiana a través del cine, lamúsica y la televisión. Razón que explica que habitar Colombia para unmexicano, es la experiencia de vivir desde el espejo su cultura, sus rutinas,sus problemas. Colombia y México no sólo comparten la idea de ciudad fragmentada,una historia de lucha sangrienta, políticas públicas desacreditadas,una clase política indeseable y redes de narcotráfico que han viciado lasestructuras sociales, sino una cultura común. Quizá sea la cultura mexicana,quizá la colombiana, pero siempre la cultura nos une. Ya lo decía Juan ManuelRoca, poeta colombiano, durante su visita a Guadalajara en 2007: “Un colombianoque viene a México, no siente que viene sino que va de regreso”.hoy mi mente asidua recurre a las enseñanzas de la soledad; al altruismo quegenera el dolor; a la esperanza, fruto del añejo olor a muerte, y a la voluntadque queda en la sonrisa de la gente después de tantos años de maquilladacoacción. Tan interiorizada quedó en mí Colombia, que concluí –en algúnmomento de ingenuidad–, que si el país fuera mi hermano sería uno muybelicoso, pero muy querido. Un país similar al mío, en cuyas aproximacionesexisten abismos profundos de disímil realidad.
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