a raíz del súbito deceso del presidente interino Miguel Barragán (el constitucionalera también Santa Anna, atareado por entonces en la Guerra de Texas).El tercer y hasta ahora último jalisciense que ha llegado a sentarse en la sillapresidencial fue el general Victoriano Huerta, cuyo apodo del Chacal no fuenada gratuito, pues este torvo personaje figura como protagonista en uno delos capítulos más siniestros de nuestra historia nacional de la infamia, debidoa que alcanzó el más alto cargo del país, entre el 19 de febrero de 1913y 14 de julio de 1914, después de traicionar al presidente legítimo FranciscoI. Madero, al que finalmente mandó asesinar, lo mismo que al vicepresidenteJosé María Pino Suárez.fuera de estos breves intervalos presidenciales, ningún otro hijo de Jaliscoha estado siquiera cerca de ocupar el primer cargo político de la nación. Valedecir asimismo que la presencia de jaliscienses en los numerosos gabinetesfederales, durante los casi dos siglos de vida independiente, ha sido tambiénbastante escasa. Desde la consumación de la Independencia hasta fines delporfiriato (1821-1911), los nativos de Jalisco que desempeñaron cargos deprimer nivel en el gobierno federal (llámese ministerio o secretaría de Estado)apenas sobrepasan la docena. Y en los noventa años restantes del sigloxx, la suma no fue mayor; tres de ellos en el ya mencionado gobierno deusurpación: el alteño José María Lozano, ministro de Comunicaciones sólodurante un mes (del 15 de septiembre al 14 de octubre de 1913); el tapatíoAlberto Robles Gil, que ocupó la cartera de Fomento del 19 de febrero al 8 dejulio de 1913, y el también tapatío José López Portillo y Rojas, quien tuvo elmal tino de abandonar la gubernatura de Jalisco, la cual había ganado legítimay legalmente (en las urnas, pues) para fungir durante dos meses y mediocomo ministro de Relaciones Exteriores, en la etapa terminal del régimencastrense de su paisano Victoriano Huerta.el resto de esos jaliscienses que, durante el siglo anterior, llegaron al gabinetepresidencial caben en unas cuantas líneas: Victoriano Salado Álvarez(secretario de Relaciones Exteriores, durante un mes, del 25 de mayo al 26de junio de 1991, en la “Presidencia provisional” de Francisco León de la Barra);Silvano Barba González (secretario de Trabajo y luego de Gobernación,durante la presidencia de Lázaro Cárdenas); Primo Villa Michel (secretariode Gobernación, a finales de la administración de Manuel Ávila Camacho);Agustín Yáñez, Marcelino García Barragán y Juan Gil Preciado (secretarios deEducación, Defensa Nacional y Agricultura y Ganadería, respectivamente, enel gobierno de Gustavo Díaz Ordaz); Luis Enrique Bracamontes (secretario deObras Públicas, durante el sexenio de Luis Echeverría); Javier García Paniaguay Sergio García Ramírez (secretarios de la Reforma Agraria y de Trabajo, respectivamente,en la administración de José López Portillo); el propio GarcíaRamírez sería titular de la Procuraduría General de la República en el sexeniosiguiente, el de Miguel de la Madrid, cartera que entregó, a comienzos de lagestión de Carlos Salinas de Gortari, a Enrique Álvarez del Castillo, el últimojalisciense del siglo xx que figuró en un gabinete presidencial.en este sentido, alguien podría decir que para la causa política de Jaliscoha comenzado menos mal el siglo xxi, desde el momento en que, hacia finesFOLIOS
FOLIOSdel año 2000, el Partido Acción Nacional se convirtió en la primera organizaciónpolítica de oposición en acceder democráticamente a la Presidencia dela República, rompiendo con la hegemonía que el pri mantuvo a lo largo de 71años. Y ello porque, en las dos administraciones federales panistas habidashasta ahora, ya ha llegado a cinco el número de jaliscienses que han ocupadocarteras de primera importancia en el gabinete presidencial, aun cuando enla mayoría de los casos lo hayan hecho en períodos bastante breves y en condicionesde una escasa influencia política: Ramón Martín Huerta (nombradosecretario de Seguridad Pública en 2004 y quien falleciera desempeñandoese cargo, el 20 de septiembre de 2005, al desplomarse el helicóptero en queviajaba), Sergio García de Alba y Francisco Mayorga Castañeda (secretariosde Economía y Agricultura, respectivamente, también en la etapa final dela administración de Vicente Fox); Francisco Ramírez Acuña (secretario deGobernación, en el primero año del gobierno de Felipe Calderón), y AlbertoCárdenas Jiménez, el menos efímero de los panistas jaliscienses, pues apartede haber sido secretario de Medio Ambiente, durante los tres últimos añosdel sexenio de Vicente Fox, fue invitado por el sucesor de éste, Felipe Calderón,para que se hiciera cargo de la secretaría de Agricultura.lo anterior, sin embargo, no cambia en esencia una situación que históricamenteha sido poco favorable, cuando no adversa, para Jalisco: su clasepolítica ha tenido –y sigue teniendo– poca influencia en las grandes decisionesdel país, con la excepción de algunas etapas bastante breves en laprimera mitad del siglo xix y, en menor medida, hacia mediados de la décadade los sesenta del siglo pasado. Ante esta limitada suerte política, cabe unapregunta: ¿por qué uno de los estados más fuertes, representativos y emblemáticosdel país ha tenido una relevancia política que pareciera estar muypor debajo de lo que esta entidad ha significado en la conformación de lamexicanidad?no parece haber una sola respuesta para tal interrogante. Dejando estereotiposcomo el de la presunta capacidad limitada de los jaliscienses parahacer equipo y defender causas comunes –nadie habla tanto de este clichécomo los propios tapatíos–, o del recelo que habría suscitado varias veces,entre los grupos políticos del centro, la supuesta arrogancia de los “jalisquillos”y hasta las infundadas sospechas separatistas a la caída del imperiode Agustín de Iturbide (1821-1823), en esa racha más o menos desfavorablepara los intereses de Jalisco tal vez hayan pesado excesivamente algunoshechos históricos como las pérdidas territoriales que el estado sufrió duranteel siglo xix, o como el estigma, culpabilidad o mala conciencia derivadosde la usurpación presidencial perpetrada, a comienzos del segundo deceniodel siglo xx, por un jalisciense que desde entonces ocupa un muy merecidolugar entre los antihéroes nacionales: Victoriano Huerta. En el primer caso,habría que reconocer que incluso personas de tantas luces como Pedro Ogazóne Ignacio Luis Vallarta acabaron haciendo las cosas mal cuando, comogobernadores de Jalisco (con algunos intervalos, el primero lo fue de 1858a 1863, y el segundo, de 1871-1875) no fueron capaces de llegar a un buenentendimiento, a un aceptable arreglo político, con el popular caudillo naya-
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