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El cine según Hitchcock 35El suspense continúa. Recibo bastante dinero de Munich,pero la cuenta del hotel, los alquileres de barcos devapor en el lago y toda clase de cosas me preocupan sincesar. Estoy muy nervioso. Estamos en la víspera de lasalida. No sólo no quiero que la vedette sepa que esmi primera película, sino que no quiero que sepa queno tenemos dinero y que somos un equipo en la miseria.Entonces hago una cosa realmente fea: con una evidentemala fe, deformo los hechos, censurando a mi prometidapor haber traído consigo a la amiga de Virginia. «Porconsiguiente, le digo, ve a ver a la vedette y pídele doscientosdólares». Y ella fue y me los trajo. Así conseguípagar la cuenta del hotel y los billetes para las literas.Vamos a coger el tren; tendremos que cambiar en Suiza,en Zurich, para estar en Munich al día siguiente. Llegamosa la estación y me hacen pagar por exceso de equipaje,porque las dos americanas tenían baúles así degrandes... y ahora casi no me queda ya nada de dinero...Vuelvo a mis cálculos, a la contabilidad, y como ustedya sabe, hago encargarse de todo el sucio asunto a miprometida. Le digo: «Podrías ir a preguntar a las americanassi quieren cenar». Estas responden: «No, hemostraído 'sandwichs' del hotel porque no nos fiamos de lacomida de estos trenes extranjeros». Gracias a ello, pudimoscenar. De nuevo rehago minuciosamente mis cuentasy advierto que en el cambio de las liras por francossuizos vamos a perder algún dinero. Y estoy inquietotambién porque el tren lleva retraso. Tenemos que cambiaren Zurich. Son las nueve de la noche y vemos untren que sale de la estación. Es el nuestro... ¿Nos veremosobligados a pasar una noche en Zurich con tan pocodinero? Entonces el tren se detiene y el suspense llegamás allá de cuanto puedo soportar. Los mozos se apresuran,pero los evito —demasiado caros— y yo mismocojo las maletas. Usted sabe que en los trenes suizoslas ventanas no tienen marco, y entonces el fondo de lamaleta se estrella contra la ventana y «¡bang!» Es elruido más fuerte de rotura de cristales que jamás he oídoen mi vida.Los empleados llegan corriendo: «Por aquí, señor, sí-

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