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Críticas sobre música

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Roberto en Colón | 181instante el remolino. Algunos buscan a su lado al testigo ausenteque compartía y duplicaba su emoción. Otros recorrenlentamente con la mirada la doble hilera de palcos, sufriendopor un vacío o un cambio de fisonomías como para una disonanciaen la obra sinfónica. Tal es el atractivo melódico deColón: por donde quiera hallamos caras amigas, fuera de lasque ya conocemos y queremos bajo la sola recomendación deRossini o Gounod. ¡Ay, pero cuántos faltan y no responden alllamado de la memoria! Es el pensativo perfil de un poeta prematuramentecaído; la fina silueta de camafeo griego que resplandecía<strong>sobre</strong> el fondo purpurino de su palco como una joyaen su estuche; es un busto de diosa joven que surgía del bordeopaco como la realización, de todas las armonías desprendidasdel poema y soñadas por el compositor...Así la fantasía, ya triste ya risueña, vuela por la sala, asentándosede trecho en trecho, como un ave cansada, y el telónque se levanta para enseñarnos las ficciones del arte, no hacesino continuar el vago poema improvisado en nuestras almaspor el coro apagado de los recuerdos. En cuanto a vosotros,amigos míos, políticos y comerciantes, calculadores y positivistas,todos los que blasonáis de escépticos y sin embargohabéis experimentado anoche algo de lo que acabo de describir,siento mucho humillaros con la revelación: pero duranteuna hora habéis sido poetas sin saberlo.El elenco de la compañía que se estrenó anoche enRoberto el Diablo era en su mayor parte desconocido para elpúblico de Buenos Aires. Agregaré en lo que me conciernepersonalmente que ni al tenor Stagno conocía yo de oído.Esta calamidad doméstica me priva del placer de comparardos o tres veces por semana lo que es hoy con lo que fue, yparafrasear el antiquísimo estribillo: aprended flores de mí...No puedo, pues satisfacer directamente la ansiedad pública

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