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Críticas sobre música

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La obra de Bizet | 321ta, entre sinfonías, marchas, poemas y sonatas, algunas de ellastan interesantes como el Idilio de Siegfried y la Marcha de fiesta:¿quién duda, sin embargo, que no podría llamarse wagnerianacualquier audición de Wagner en que brillara por su ausenciael repertorio de Bayreuth? Esta forzosa deficiencia de nuestroprograma, exclusivamente instrumental, es la primera razónjustificativa de mi monólogo <strong>sobre</strong> Bizet: os diré algo de laspartituras que conozco, sin disimularme que cualquier comentarioen prosa, aunque fuera menos incompleto y desautorizadoque el presente, no equivaldrá jamás a la prueba experimentalde la más pobre ejecución. Siento en especial que nopodáis saborear siquiera un espécimen de su primera maneradramática: por ejemplo, ese magnífico dúo de los Pescadores deperlas, que ajustado por Guiraud al Pie Jesu litúrgico, resonóbajo las bóvedas de la Trinidad el día de los funerales del maestro.Hubiérais comprobado, a par de la belleza melódica, elprecoz dominio de la ciencia armónica que poseía, casi al salirdel aula, este compositor de veinticuatro años. Ya desde entoncessólo podía madurar y desarrollarse su concepto estético dela obra del arte: como inspiración y factura, su genio musicalestaba completo, cual ocurre con las individualidades potentesque señalan el término y el supremo épanouissement de unaserie hereditaria. Bizet era, en efecto, de raza artística. Hijo ysobrino de músicos distinguidos, a los nueve años interpretabaa su modo las sonatas de Mozart. Ingresó en el Conservatoriocon dispensa de edad, ocupando desde el principio y guardandohasta el fin el primer puesto, sin esfuerzo aparente, con elmovimiento tranquilo de la nave que sube con la marea. Ganónaturalmente todos los primeros premios: de solfeo, de piano,de órgano, de fuga y de composición; por fin, en 1857, el granpremio de Roma que, como sabéis, vale al laureado una pensióncon tres años de residencia en nuestra Villa Médicis.

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