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Críticas sobre música

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Mi primera campaña en La Nación | 67Varela forzó la consigna y por el portillo abierto hizo irrupciónel ordinario séquito. Me retiré, rehusando seguir la fantástica negociación;me escribió llamándome insolente, le contesté proclamándoladeliciosa, y no volvimos a vernos más. El año siguienteme escribió de Nápoles una carta de 16 páginas –que conservo–,llena de amables extravagancias, en que se entremezclaban entusiasmospor Boulanger, elogios a Sardou y quejas por no haberlededicado mis versos “A Buenos Aires” recitados por Coquelin.En 1893 volvió a Buenos Aires, estando yo en los Estados Unidos.Leí en Chicago un reportaje de La Nación, en que preguntabapor mí. Y como el “reporter” marcara alguna sorpresa por lasolicitud, ella la explicaba diciendo: “Cierto que me dijo muchasimpertinencias, pero ¡en tan excelente francés!”.Sarah tiene hoy setenta y cinco años, y es sabido que hacepoco se dijo que le habían amputado una pierna, ¡Pobre doñaSol! ¿En qué rincón de París o de provincia, acabará de extinguirse,anciana inválida y ya olvidada, la que en otra horafatigaba al público con su persona y sus extravagancias? Pero¿a quién interesa saber si del tizón apagado, y ya cubierto denieve, arde todavía alguna fibra interior? ¡Triste destino el deesos efímeros seres de lujo y diversión! ¡Y cuán cruelmente sedesquita el mundo de sus exageradas adulaciones al que hastaayer era su ídolo! Para gozar la “gloria” siquiera vitalicia, y noanticiparse al olvido, que es la muerte moral de la vejez, tieneel gran artista teatral que sucumbir en la escena, en plena actividad.Aun así, su recuerdo se borra en pocos años si no viveadherido a otra memoria menos frágil y fugaz. ¡Dichosa, si esmujer, la que, muriendo joven, fue amada de un poeta, comoesa conmovedora Malibrán, cuya belleza y talento han sidoinmortalmente engastados por Musset, en una sublime elegía!P. GROUSSAC

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