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Críticas sobre música

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La obra de Bizet | 331dudoso que la partitura sea superior a la de los Pescadores, y seguramentepodrían extractarse de ella una o dos suites d’orchestreque alcanzarían en los conciertos éxito triunfal.Dos páginas incomparables y absolutamente originalesbastarían a salvarla del olvido: vais a oír una de ellas: aquellaarrebatadora Danza bohemia, que ha merecido ser comparadaal coro de las Ruinas de Atenas de Beethoven, y, en la noche delestreno, fue saludada con largas aclamaciones. La otra, de unabelleza más nueva y extraña aún, es una escena de embriaguez,tan lúgubremente desesperada que llega a los límites artísticosde la tristeza y del terror. Muchos otros fragmentos delicados ograndiosos merecían escapar al naufragio. Así lo comprendió elmismo Bizet, al engastarlos en otras obras más felices, cual hizocon el segundo minué de l’Arlésienne, finísimo encaje en quelas hadas podrían mecer el sueño de su reina Mab, y que no essino un acompañamiento melódico de la jolie fille. Lo propioocurre con Djamileh, deliciosa miniatura <strong>sobre</strong> la Namouna deMusset, sin cualidades escénicas, y que ganaría inmensamentecon ser convertida en poema sinfónico, a semejanza del Paraísoy la Perí de Schumann. Djamileh cruzó por la escena de la SalaFavart, sin dejar otra huella de su paso que un soneto vengadorde Saint-Saëns <strong>sobre</strong> la perle aux pourceaux jetée. Pero es justoconsignar que la alta crítica parisiense, ya confiada a manos tancompetentes como las de Reyer, Weber y Joncières, saludó sinreticencias el advenimiento del nuevo genio musical. Bizet notardó en justificar el anuncio; Djamileh fue su última incursiónen el orientalismo de mampara, y henos ya en presencia delas dos obras maestras de realidad intensa, hoy universalmenteaplaudidas, que bastan para asegurarle la inmortalidad.Sabéis que la Arlesienne no era primitivamente sino la<strong>música</strong> de escena intercalada en un drama de Daudet. El éxitofue lamentable; y era lógico que los abonados de Vaudeville,

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