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Críticas sobre música

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334 | <strong>Críticas</strong> <strong>sobre</strong> <strong>música</strong>En suma, Carmen no es inmoral: su crudeza de pintura estásalvada por la belleza artística. Pero los folletinistas teatralesno podían en general sentir tales bellezas. De la <strong>música</strong> rutilante,el bien comido público no aplaudió débilmente sino lasmelodías fáciles que pudiera tararear a la salida: la habaneraimitada de Iradier, que le pareció un «rappel» de la canciónentonces popular ¡Ay! chiquita!; el coro de los niños, el estribilloo muletilla del toreador. En cuanto a la crítica musical, sedividió en dos campos: el de los pelucones, que reprochabanal compositor sus audacias de estilo, y el de los melenudos,que le escarnecían por sus tímidas concesiones al gusto burgués.Unos y otros concordaban en pronosticar corta vida a lapieza. El destino realizó generosamente la profecía macabra;la misma semana vio acabarse la obra y el obrero: Bizet habíamuerto en Bougival el 3 de junio, de un ataque cardíaco.Creo, señores, que yo nunca podría, aun poseyendo lacompetencia técnica que me falta, emprender una apreciaciónrazonada de Carmen. Hoy mismo, al escucharla por la trigésimavez, perdería mi sangre fría: toda mi crítica habría de reducirsea un redoble de palmadas. Lo aplaudiría todo, desdeel sonoro preludio, de ritmo tan franco y desenfadado, hastael ahogado sollozo del matador. Muy difícil me sería, por otraparte, presentaros bajo un sesgo nuevo materia tan sabida; y alensayar una revista cinematográfica de la más popular de lasobras maestras, temería parecerme a ciertos viajeros americanosque, no bien desembarcados en Europa, nos transmitencon alborozo su descubrimiento de Londres y París.Siquiera esta circunstancia me permitirá ahorraros una reseñadel argumento: soy demasiado cortés para dudar de que seáislectores de Mérimée, o por lo menos, abonados de la Ópera.No ignoráis, pues, que el navarrés José se encuentrasuspenso, como Roberto el Diablo, entre su ángel bueno y

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