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Críticas sobre música

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La obra de Bizet | 337la pasión varonil, que se postra al fin y desfallece en la sollozadacadencia! Pero la Dalila eterna no puede enternecerse; prosigueimplacable su obra de hechizamiento y sortilegio: «Vencon nosotros –insinúa pérfidamente– allá en la montaña, teesperan la dicha y libertad...». Y cuando el soldado y cristianoviejo retrocede ante la deserción y la promiscuidad infame,cuando ha logrado arrancarse del pecho la enherbolada flechacon jirones de su carne palpitante, la llegada del oficial, previstapor la diabólica mujer, provoca el acto irreparable. El armasacada contra el jefe ha cortado de un solo golpe todos losvínculos que ligaban a José con su familia, su hogar, su bandera.De su honrada existencia de ayer nada ha quedado enpie: tendrá que hacerse bandido. Y el desventurado se arroja alabismo, en tanto que la sabática ronda levanta en torno suyoun hurra salvaje a la vagancia criminal y al merodeo.Nada más bello, lo repito, que estas dramáticas escenas;señalan la meseta culminante de la obra, después de la cualparece que no se pudiera sino descender. Así ocurre sin dudaen absoluto; pero, en la segunda mitad del drama lírico, es taninsensible el descenso que, para nosotros, la cumbre genial seprolonga hasta el fin. Sin conservar la intensidad trágica delsegundo, el tercer acto casi le iguala por la novedad y la riquezadel colorido. La escena figura el campamento de los gitanos enla sierra de Ronda, y esta serie de cuadros pintorescos formapropiamente el poema musical del contrabando y la floridapicardía. Después de un corto preludio –delicado arabescocuyo principio recuerda una frase de la Africana, y que ni porsu carácter ni por su origen pertenece al drama– un retornelopersistente y temeroso acompaña el desfile de los bohemiospor las sendas ásperas de la sierra; el sordo inquieto murmurarcromático, que ritma la entrada de cuadrilla, se funde en lamarcha instrumental hasta formar un conjunto de admirable

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