Excodra XXXVI: La tecnología
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entes compartimentaciones y categorías de la vida o de la razón tal<br />
como son concebidas desde el cartesianismo y el platonismo.<br />
Así es como, según ha dicho Teresa Aguilar García, el teatro anatómico<br />
de la posmodernidad incorpora “los avances tecnológicos de Internet,<br />
las videocámaras, la retransmisión vía satélite y los adelantos quirúrgicos<br />
al servicio de un cuerpo vivo modificable a voluntad y que supone<br />
el alejamiento de los cánones corporales en boga (…)”. 2 Y, ya antes<br />
de eso, desde el bodyart de los años sesenta y el Teatro de la Crueldad<br />
de Antonin Artaud, pasando por las obras y anatomías de performers<br />
como Cindy Sherman, Carolee Scheemann o Samuel Fosso, hasta<br />
los cuerpos torturados de ese teatro anatómico del que habla Aguilar<br />
García, la artista quiroplástica ORLAN o el transhumanista Stelarc, vemos<br />
una línea de continuidad que se retuerce y culebrea en las simas y<br />
los pozos abyectos de la carne, entre los despojos de la identidad y los<br />
restos humeantes del sujeto trascendental… y que a menudo juguetea,<br />
como en una deriva merlopontiana de la posmodernidad, con aquel<br />
“desarreglo de los sentidos” que citábamos al principio.<br />
Es precisamente el “quiasmo” lo que predomina en las prácticas<br />
multidisciplinares, en los ciberartistas, en los procedimientos queer de<br />
performers e instalaciones multimedia, donde el desarreglo de los sentidos<br />
rimbaudiano se diría que deviene en el análisis sinestésico de la<br />
realidad. Vemos esta interacción quiasmática (entre lo “virtual” y lo<br />
“real”; entre lo sentido y lo sintiente; entre la mano que toca y es tocada;<br />
entre lo que es “humano” y no lo es; entre lo que es yo y es otro...)<br />
en la profusión de realizaciones artísticas, tecnológicas o performativas<br />
que, de un modo u otro, adhieren las ideas de MerleauPonty.<br />
En su conocida obra de 2007, Tercera oreja, Stelarc se implanta en<br />
el antebrazo una oreja artificial, conectada a una interfaz que permite<br />
escuchar sus movimientos desde cualquier parte del mundo. Esa oreja<br />
implantada se extrae de su lugar convencional y oye por sí sola, se<br />
constituye en un “oír” desubicado de su centro natural, es decir de su<br />
condición de mero agregado del sujeto, para ser una pura entidad<br />
2 Teresa Aguilar García, “ORLAN y el teatro anatómico de la posmodernidad”; publicado en Ontología<br />
Cyborg (Gedisa, Barcelona, 2008).<br />
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