Excodra XXXVI: La tecnología

FICCIÓN
Despierto y arranco
Alberto Quintana
Despierto. Seis y media de la mañana. El sol aún está durmiendo
pero a punto de alzarse por el horizonte. Madrugar, la verdad, es que
sienta muy bien. Lo jodido es cuando día tras día suena el despertador
siempre, pero siempre, a la misma hora, estés cansado o no, menos un
día de la semana, en que lo silencias el sábado por la noche hasta el lunes
en la mañana en que vuelve a avisarte de que tienes que salir del
sueño. Hay semanas que se hacen duras, pero en general, se hace transitable
la lucha con el despertador y su musiquilla infernal. Ducha de
agua caliente. Esto sí que sienta bien todos los días. Meter el pan en el
tostador. Huele bien, muy bien, el pan tostado en la madrugada,
abriendo el día, con los ojos aún queriendo despertar, como acurrucados
en sus cuencas tras la ducha caliente. Me gusta mucho la sensación
de ir despertando poco a poco. Sacar de la nevera la mermelada, la
mantequilla, la leche. Poner la mesa del desayuno como quien prepara
un banquete, un banquete de dos tostadas, una fruta, y un café recién
salido de la hermosa cafetera que me regaló Diana en uno de mis cumpleaños,
hace ya cuatro años. Parece que fue ayer, pero el tiempo ha
pasado, en un suspiro, sí, pero cuatro años más a la espalda, para mí, y
de vida para la cafetera. Es casi anciana ya, tiene muchísimas horas de
vuelo. Es una campeona, en verdad. Tomo el desayuno rápidamente
pero pensando en por qué Diana y yo nunca hemos echado un polvete.
Cosas del desayuno. Hay amistades que tendrían que consagrarse con
un polvazo de los buenos, esas amistades que ya son desde hace muchos
años y estar desnudos frente a frente sería una mezcla de recuerdos
insondable, sería hacer el amor con el pasado, con todo lo vivido,
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