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Abuso_sexual_infantil_digital uruguay

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Capítulo 4. Fases del abuso <strong>sexual</strong> <strong>infantil</strong><br />

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contexto para decodificarlo y alejarse de él. En esta forma de vinculación, la<br />

niña va perdiendo su sentido de identidad y su lugar.<br />

Según los autores, este estado de hechizo se logra a través de tres tipos de<br />

prácticas relacionales: la efracción, la captación y la programación.<br />

En la efracción se produce lo que llaman una estafa a la confianza, ya que<br />

el abusador <strong>sexual</strong> “toma posesión de la víctima mediante argumentos falaces,<br />

traicionando la confianza que esta depositó en él” (Perrone y Nannini,<br />

1997: 126). En tanto efracción significa ‘penetrar una propiedad privada por<br />

medio de la fuerza y la transgresión’, los autores entienden que es lo que en el<br />

esquema anterior se correspondería con el inicio de la fase de preparación.<br />

En la captación el adulto se apropia del niño, lo atrae, retiene su atención<br />

para privarlo de su libertad. Y lo logrará a través de la mirada, el tacto y la<br />

palabra. Es frecuente escuchar a los niños víctimas de abuso <strong>sexual</strong> describir<br />

el impacto y el poder de la mirada de los ofensores <strong>sexual</strong>es. Algunos<br />

incluso lo describen como la capacidad para hipnotizarlos. Para Perrone y<br />

Nannini, la mirada del abusador <strong>sexual</strong> tiene un peso fundamental. Sutil e<br />

inasible, a mayor intensidad y carga, menos comprensible se hace el mensaje<br />

que lleva. La mirada contiene el mensaje del deseo <strong>sexual</strong> tanto como de la<br />

amenaza y la conminación al silencio, pero, al carecer de palabras explícitas<br />

que la acompañen, favorece la confusión respecto de lo que verdaderamente<br />

significa. En muchos casos, lo máximo que puede hacer la víctima es anticipar<br />

lo que dicha mirada anuncia.<br />

En cuanto al tacto, los contactos físicos generan confusión cuando están<br />

asociados al juego o al cariño como modo de acceder al cuerpo del niño.<br />

Dicen Perrone y Nannini: “el tacto con finalidad <strong>sexual</strong> reviste, al principio,<br />

formas que no permiten identificarlo” (1997: 130). Tal como se explicó en capítulos<br />

anteriores, la conducta <strong>sexual</strong> no comienza por lo más invasivo, sino,<br />

al contrario, por un contacto sutil, casi de prueba, que muchas veces surge<br />

como la continuación de otro contacto, inocente (por ejemplo, estar jugando<br />

a la lucha libre y pasar de tomar los brazos o las piernas a tomar los genitales y<br />

acariciarlos). Cuando además el contacto físico va acompañado de un contexto<br />

diferente del que declama la verdadera intención <strong>sexual</strong> —como un juego,<br />

como una acción de cuidado, como una acción de afecto—, su compresión se<br />

torna aún más confusa para la víctima. La palabra, finalmente, será el vehículo<br />

por medio del cual el ofensor generará no solo amenazas sino distorsiones<br />

cognitivas en el niño a través de la tergiversación del sentido de sus acciones.<br />

La tercera práctica que completa el hechizo es la programación. Aquí los<br />

autores hacen una comparación con el mundo de la informática y plantean

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