La Sirena Varada: Año III, Número 15

meter un atentado que más tarde será
justificado por la prensa de Europa.
Houellebecq se mantuvo firme y produjo
obras tanto o más cáusticas que
la que lo llevó a juicio. ¿Sospechaba
Houellebecq que, un decenio más tarde,
la publicación de Sumisión estaría
acompañada de un acto similar al que
describía en la novela que en 2001 lo
llevaría a los tribunales: la masacre de
Charlie Hebdo? ¿Debió censurarse?
¿Cuántas veces dejamos de escribir
por el miedo a que nuestra literatura
se entienda no solo en clave de ficción,
sino como una declaración de principios,
una confesión de lo que en realidad
somos? Al margen de que no escaseen
los escritores comprometidos con
una causa, que revelan deseos y fobias
personales a través de sus libros, la
cuestión de fondo es si vale más la tranquilidad
a la posibilidad de la infamia
que resulta de acatar la voz interna que
lo impele a uno escribir sobre lo escandaloso.
Muchas veces el crítico biempensante
sobreestima el rol personal de
las creaciones. Es descabellado asumir
que aquellos que se meten en la piel del
asesino y racionalizan sus acciones son
en el fondo asesinos; lo hacen porque
necesitan darle verosimilitud a un personaje,
dotarlo de entrañas en vez de
presentarlo como una caricatura.
Si un principio rector debiera tener la
literatura, sería la obligación de los autores
a hacer caso a sus pulsiones por
narrar las historias que llevan dentro
antes que sucumbir a un miedo pusilánime.
Como sociedad, solo podemos
exigirles que, una vez tomada la decisión
de afrontar un tema sensible, lo
haga con la seriedad que se merece.
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