HERMANOS Por Dulia I. Fernández 34
<strong>La</strong> hora del almuerzo era el segundo momento del día en que los hermanos se reunían en casa. Era costumbre comer los cuatro juntos, sin embargo, desde que su padre había sido llamado al Centro de Investigación, tenían que conformarse con compartir la mesa en silencio. Los tres hermanos no eran los mejores amigos ni tenían una relación fuerte. <strong>La</strong> diferencia de edad suponía la creación de conflictos, en especial con Eliot, quien se encontraba en su etapa de adolescente y mantenía problemas constantes con su hermano menor, Elián, a quien le escondía sus juguetes y libros en sitios desagradables, mientras a su hermano mayor, Elías, le gritaba querer tener mayor privacidad y libertad. —Si no quieres comer, ve a tu habitación —Eliot se levantó con brusquedad y desapareció tras la puerta de la cocina. Había golpeado la mesa, generando tensión en el lugar. Elías se sobó las sienes y procedió a recoger el plato con comida de su hermano. No entendía qué había hecho o estaba haciendo mal con la educación del joven, seguía al pie de la letra los libros de crianza que su padre tenía en la pequeña biblioteca, aun así sentía que él no era una figura de autoridad que sus hermanos respetaran y se dedicaran a seguir. —Ya son noventa y tres días —el pequeño Elián susurró. Elías no podía continuar ignorando la situación, sus hermanos sufrían por aquel acontecimiento y él necesitaba respuestas. —Iré al supermercado. ¿Quieres algo? —el niño asintió y le enseñó un bote de helado. Elías se dirigió al cuarto del chico rebelde, debía preguntarle qué quería como postre, no era justo llenar a su hermanito de dulces mientras restringía al otro por haberse comportado mal, en realidad, lo único que él quería era cruzar un par de palabras con él y atreverse a confrontarlo como el adulto que era. Se detuvo frente a la habitación, el sonido de la música apenas le permitía escuchar los latidos acelerados de su corazón. Era increíble que él, el hermano mayor, el chico modelo, le tuviese miedo a un adolescente. Suspiró, reprodujo una sinfonía en su mente para tranquilizarse y se recordó que él era un adulto y que contaba con la autoridad de su padre para reprender a ese niño. Llamó a la puerta e inmediatamente el volumen de la música aumentó, haciendo nacer un dolor de cabeza. —Voy a comprar. Quisiera saber si quieres algo de la tienda —no se rendiría hasta ver esa puerta abierta. <strong>La</strong> curiosidad por conocer ese cuarto corroía sus nervios. Elías esperó varios minutos de pie, no entendía por qué continuaba ahí si era consciente de que no recibiría una respuesta. Quizá, en el fondo, la esperanza de reencontrarse con su hermano era lo que lo mantenía en ese lugar. <strong>La</strong> puerta se abrió dejando escapar un olor peculiar, uno que Elías había conocido en su etapa universitaria. Extrañamente, ese hecho no lo alarmó. —Quiero papas y refresco —Eliot apenas se asomaba por la puerta. Por su parte, Elías permanecía inmóvil, su mente repasaba el Manual de Padres que había leído hace unos días. Necesitaba saber cómo enfrentarse a esa situación. El sonido de la puerta cerrándose lo regresó al pasillo de la casa. Se sentía agotado y deseaba dormir, pero antes tenía que atender cierto asunto en la jefatura de policía. Eliel apenas podía mantener los ojos abiertos, la fatiga y desnutrición lo estaban consumiendo. Había perdido la 35