La Sirena Varada: Año III, Número 15

así que avanzó con cautela. Al bajar
un fuerte dolor de cabeza lo invadió.
Lo Habían golpeado tan fuerte que se
había desmayado. Al despertar se encontraba
atado de manos en una tina
con agua. Su piel estaba arrugada y su
nuca sangraba. Una mujer alta, como
de unos treinta y cinco años, se acercó
a él con la ropa llena de sangre y un cuchillo
en la mano.
—Otro oficial irrumpiendo en mi casa.
La mujer se acercaba, arrastrando el
cuchillo por la tina, deslizándolo lentamente
por el cuello del detective.
La mirada del detective se volvió turbia
cuando un par de manos comenzaron
a masajear sus hombros suavemente.
—Ay, Ángela, lo vas a poner tenso, no
me gusta la carne tensa. La prefiero
tierna... Y jugosa —aquel hombre pasó
su lengua sobre la oreja del detective y
este hizo que arremetiera un golpe con
su cabeza lacerada.
No pudo ver el rostro del hombre,
pero entonces otro bajo por las escaleras
y odió verlo. Su piel totalmente negra
como el hollín, sus ojos sin pupilas
lo miraban fijamente y no gesticulaba
ninguna palabra, la ropa que usaba era
de cuero pero de un cuero lleno de suturas;
eran los tajos de las pieles que la
mujer había cortado.
El detective Jiménez no recordaba
cuánto tiempo había estado allí, pues
la mujer tenía un ritual que llevaba
días; en ese tiempo pudo ver que los
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