La Sirena Varada: Año III, Número 15
El decimoquinto número de La sirena varada: Revista literaria
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ahí, carajo». El oficial Cavallares corrió<br />
para quitarlo usando su chamarra para<br />
cubrirlo, todos aguardaban apuntando<br />
nerviosos; el perro miró al oficial y cayó<br />
fatigado, Cavallares lo apretó contra su<br />
pecho para llevarlo fuera del perímetro,<br />
una vez a salvo lo colocó en una de las<br />
jardineras del parque; el animal se lamía<br />
compulsivamente una pata; tenía<br />
una herida de bala y no dejaba de llorar,<br />
el oficial lo revisó, tanteando con sus<br />
dedos apenas rozando el pelo mojado.<br />
—Vas a estar bien amigo, la bala salió,<br />
necesitamos entablillarla nada más.<br />
Una voz agónica sonó desde el interior<br />
del edificio.<br />
—¡Auxilio, tenemos heridos!<br />
—Ahora vengo.<br />
Cavallares regresó para dar apoyo, se<br />
colocó detrás de la puerta abierta de<br />
una patrulla, apuntando su arma hacia<br />
la entrada mientras otro escuadrón entraba<br />
al lugar; exhaló, estiró su brazo y<br />
acomodó el retrovisor en dirección a la<br />
jardinera donde había dejado al perro;<br />
alternaba su atención; edificio, perro,<br />
edificio, perro, edificio… Cavallares se<br />
paralizó al ver al niño perseguido sentado<br />
en la jardinera cubierto con su chamarra<br />
de policía, se giró para poder ver<br />
con claridad cómo el chico se levantaba<br />
para caminar hacia la Alameda Central,<br />
mientras la lluvia limpiaba el rastro de<br />
sangre que dejaba la herida en su pierna.<br />
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