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La Sirena Varada: Año III, Número 15

El decimoquinto número de La sirena varada: Revista literaria

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Fuimos novios cinco años, desde<br />

que salimos del colegio. Nos llevábamos<br />

muy bien. Su cabellera,<br />

sus ojos, su corazón, su blanca tez, así<br />

como las noches de pasión; todo en<br />

ella me pertenecía.<br />

Pero llegó aquella maldita tarde en<br />

la que ella fue a cita médica con el<br />

apuesto doctor que recién había llegado<br />

al pueblo.<br />

Una ráfaga de fuego demoníaco llamado<br />

pasión llenó esa tarde el consultorio.<br />

Se miraron, se tocaron y se<br />

amaron.<br />

Ella me llamó, me dijo que no quería<br />

ya nada conmigo y colgó. Fui a su casa<br />

y no me abrieron el portón. Llegué a la<br />

hora de la salida del trabajo, pero ya la<br />

esperaba el doctorcito en su carro último<br />

modelo.<br />

Acepté la pérdida, no tomaría ninguna<br />

decisión atolondrado. Sigo enamorado<br />

pero no estoy loco.<br />

Todos los domingos, a la hora de la<br />

misa, a la cual antes yo la acompañaba<br />

y ahora lo hacía él, yo me profería una<br />

herida en el pecho.<br />

Todos los domingos íbamos a misa<br />

de cuatro de la tarde, en este momento<br />

la acompaña él. Instante en el que yo<br />

ahora practicaba un nuevo ritual. En el<br />

baño tomaba un cuchillo y hacía una<br />

herida larga en el pecho que sangraba<br />

lentamente, bajando el líquido tibio<br />

por el abdomen, para luego pasar por<br />

mi pubis rasurado y caer en formas<br />

de gotas por la punta del pene. Aquel<br />

miembro que tantas noches había penetrado<br />

la intimidad húmeda de Raquel<br />

ahora goteaba sangre en lugar de<br />

semen. Extrañamente por lo general<br />

tenía una erección y al final terminaba<br />

masturbándome, en una gloriosa mezcla<br />

de sangre y semen.<br />

Un día de otoño el pueblo se enteró<br />

que el médico se había ido de la ciudad<br />

sin previo aviso, había abandonado a<br />

Raquel. Ella se encerró en su casa y no<br />

salía. <strong>La</strong> llamé muchas veces, la busqué<br />

en su casa, pero no había manera.<br />

Un día me encontré a su madre que me<br />

explicó que Raquel estaba muy deprimida<br />

y que pronto la enviarían a la ciudad<br />

a corroborar si estaba embarazada.<br />

Además, la señora de manera muy cortés<br />

y después de darme un fuerte abrazo<br />

me pidió que la dejara en paz, que<br />

ella necesitaba tiempo.<br />

A inicios del verano Raquel se suicidó.<br />

Dejó una nota donde decía que no<br />

podía vivir pues un hombre se había<br />

llevado su corazón.<br />

Fui al cementerio y participé de su entierro.<br />

Ubiqué bien el sitio de su tumba<br />

pues volvería. Después me dirigí a mi<br />

casa, no había espacio ya en el pecho<br />

pues estaba lleno de cicatrices, por lo<br />

que la herida me la hice en el abdomen,<br />

de igual manera al final de la tarde realicé<br />

el mismo rito de sangre y semen.<br />

Un año después fui a la capital en<br />

busca del doctorcito, pasaron los días<br />

y no lo encontraba. Todas las noches<br />

apagaba la falta que me hacía Raquel<br />

con alguna prostituta. Ellas se asustaban<br />

al ver aquel pecho y abdomen con<br />

una cicatriz sobre otra, pero mis billetes<br />

las calmaba tal como lo hacía la<br />

eyaculación con mi corazón.<br />

Lo encontré. Tenía un consultorio en<br />

los suburbios de la ciudad. Pedí una cita<br />

para el martes en la tarde. Haciéndome<br />

pasar como paciente sería más fácil llevar<br />

a cabo mi plan. Conseguí una peluca<br />

y un bigote postizo. Mo me reconocería.<br />

Le dije al médico que sentía palpitaciones,<br />

él dio la vuelta al escritorio y totalmente<br />

desprevenido se acercó con<br />

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