La Sirena Varada: Año III, Número 15
El decimoquinto número de La sirena varada: Revista literaria
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Pero, después de unos momentos,<br />
algo no se sentía bien. Salió de su choza<br />
lentamente, porque algo no está<br />
bien ahí afuera. No podía descifrar su<br />
incomodidad, hasta se quedó mirando<br />
hacia la selva, escuchando de nuevo.<br />
Nada. Absolutamente nada. Los insectos<br />
cesaron su chirriar, los vertebrados<br />
dejaron de hablar. Un silencio atroz en<br />
el medio de la selva amazónica.<br />
<strong>La</strong>s hojas de los árboles empezaron<br />
a bailar, pero no había ni una pizca de<br />
viento. El pueblo parecía haber entrado<br />
en el ojo de una tormenta, pero otro<br />
tipo de tormenta. <strong>La</strong>s copas de los árboles<br />
empezaron a bailar una danza lenta,<br />
que los hacía chocar unos con otros.<br />
En el medio de este espectáculo, el<br />
pueblerino escuchó un grito aturdidor.<br />
Un grito demoníaco, maligno, monstruoso,<br />
que no podía ser producido por<br />
un mortal. Y a éste se le sumaron más,<br />
rodeando la aldea. Los árboles estaban<br />
ya agitándose, como si un ser estuviera<br />
sacudiéndolos desde el tronco con una<br />
violencia infatigable. Demás pueblerinos<br />
salieron de sus chozas, asustados,<br />
con sus lanzas y cuchillos en mano. De<br />
lo profundo de la selva se escucharon<br />
chillidos, rugidos, gruñidos que nunca<br />
antes se habían escuchado en la región.<br />
Sonidos de fieras irreconocibles, fieras<br />
que nunca estuvieron ni en el continente,<br />
fieras que probablemente no eran<br />
de esta era. Los pueblerinos, atónitos,<br />
algunos se encerraron en sus chozas,<br />
acostados en sus camas de paja, tapándose<br />
los oídos. Otros, se reunieron<br />
en el centro del pueblo, alrededor de la<br />
capilla, observando, escuchando. Hasta<br />
el más valiente de ellos estaba profundamente<br />
aterrorizado.<br />
De la oscuridad hipnotizante de los<br />
árboles agitados, se percibió una luz<br />
blanca. Los pobladores de Macua lograron<br />
descifrar que, a medida que se acercaba<br />
la luz, se partía en dos iguales. Eran<br />
dos luceros como ojos que los miraban.<br />
Los habitantes más longevos tuvieron<br />
presentes las historias de sus<br />
abuelos, esas historias que solo pasan<br />
de boca en boca, y se vuelven en mitos,<br />
leyendas, creencias. Empezaron a<br />
derribar la capilla. Con sus lanzas y cu-<br />
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