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REVISTA PESCA DICIEMBRE 2019

Revista informativa sobre temas del mar y la pesca

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EL FIN DE UN CICLO HISTÓRICO EN

Por Patricio Fernández

CHILE

A las 2:25 de la madrugada del viernes 15 de noviembre,

después de casi 30 horas de sesión parlamentaria,

el presidente del senado chileno leyó el acuerdo alcanzado

entre todas las fuerzas políticas para la elaboración

de una nueva constitución. En abril de 2020, se organizará

un plebiscito de entrada para que los chilenos voten

si aprueban o no la creación de una nueva carta magna

y, en caso de votar que “sí”, escoger el mecanismo mediante

el cual debiera llevarse a cabo: una Convención

Constituyente conformada por parlamentarios y civiles o

una Asamblea Constituyente compuesta solo por ciudadanos

elegidos para este fin.

Apenas un mes atrás, costaba imaginar que la derecha

chilena fuera capaz de renunciar a su añeja

lista de principios y que la izquierda abandonara

esa vanidad que la llevaba a preferir una selfi en

medio de las manifestaciones que asumir la responsabilidad

de conducir sus causas. Ese día, sin

embargo, los políticos nos sorprendieron.

Hoy, Chile está dando muestras de un republicanismo

que parecía muerto.

La demanda por una nueva constitución que reemplace

la actual, nacida en la dictadura de Augusto Pinochet, se

arrastra desde la recuperación de la democracia, en los

años noventa. Durante los gobiernos de la Concertación

—la alianza de centroizquierda que lideró la transición—

sufrió múltiples transformaciones y reformas, sin jamás

subsanar su pecado de origen.

La constitución de 1980 representa desde el fin

de la dictadura el último bastión ideológico de la

vieja derecha de tiempos de la Guerra Fría: poco

Estado, mucho mercado y una defensa integral de

la propiedad privada como valor supremo. Reescribirla

implica aceptar el fin de un ciclo histórico.

En este mes de agitación, buscando calmar los ánimos,

el presidente de Chile, Sebastián Piñera, cambió de gabinete,

el ministro de Hacienda acordó con senadores de

centro izquierda una reforma tributaria para aumentar la

recaudación y financiar una agenda social, algunas empresas

se comprometieron a que nadie gane más de diez

veces que otro, se decidió limitar la reelección de los

congresistas y bajar sus dietas, el gobierno firmó un proyecto

de ley para establecer el sueldo mínimo en

350.000 pesos chilenos (aproximadamente 460 dólares)

y puso sobre la mesa una serie de ideas para corregir los

altos costos de los medicamentos, de la luz y las bajas

pensiones. Pero ninguna de estas promesas lograron

aplacar el enardecimiento callejero.

La idea de una nueva constitución —que las fuerzas políticas

le boicotearon a Michelle Bachelet durante su último

mandato— resucitó con fuerza como única posibilidad

de recuperar la paz perdida. Más de un 80 por ciento

de los chilenos ha dicho ser partidario de cambiarla. A

medida que las esquirlas del estallido social se expandían,

reclamar el reemplazo de la constitución consiguió

sintetizar todas las causas dispersas en la protesta. Si

ahora sucumbe ese resabio del pinochetismo es porque

las movilizaciones impusieron la urgencia de abocarse a

un nuevo pacto comunitario.

La revuelta reveló que el modelo económico de mercado

neoliberal instaurado durante la dictadura y continuado

por la Concertación no daba para más, que así como lo

conocimos no podía seguir. Ya no hay hambre, pero sí

desigualdad. En las calles no se grita “¡pan, trabajo, justicia

y libertad!” —como en tiempos de Pinochet, cuando

campeaban la pobreza y la marginalidad—, sino “¡el pueblo

está en la calle pidiendo dignidad!”. La pobreza se

redujo de cerca de 40 por ciento en 1990, cuando comenzó

la democracia, a menos de un 7 por ciento en

nuestros días. Los indicadores de desigualdad, sin embargo,

han variado poquísimo: el uno por ciento de la

población acumula más del 25 por ciento de la riqueza.

La generación que salió de la pobreza gracias a este mo-

Revista Pesca diciembre 2019 101

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