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DEL TUMBAO AL TRAPIAO NEGOCIACIONES ...

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Pero, ¿cómo es que esta microfísica se instala en el cuerpo? Buttler (2002) retoma la idea de<br />

Foucault en Vigilar y Castigar, de que el poder es materializador, es decir, el poder produce efectos<br />

materiales y se especifica en la materialidad del cuerpo:<br />

Si la ‘materialidad’ es un efecto del poder, un sitio de transferencia entre las relaciones de<br />

poder, luego, en la medida en que esta transferencia sea la sujeción / subordinación del<br />

cuerpo, el principio de este assujettissement es el ‘alma’. Tomada como ideal normativo / normalizador,<br />

el ‘alma’ funciona como el principio formativo y regulador de ese cuerpo material,<br />

la instrumentalización más inmediata de su subordinación. El alma hace que el cuerpo sea<br />

uniforme; los regímenes disciplinarios forman el cuerpo a través de una repetición sostenida<br />

del rito de crueldad que producen, a lo largo del tiempo, la estilística de los gestos del cuerpo<br />

prisionero (Buttler, 2002:64-65).<br />

Al principio de sujeción corporal de la microfísica del S.D. la hemos denominado con antelación el<br />

trapiao. Desde él, creemos se evidencia una suerte de elementos correctivos anatomopolíticos que se<br />

dirigen hacia la corporalidad de las mujeres chocoanas en el S.D. ya que éstas deben pasar por un nivel<br />

de corrección y re-habituación de sus manifestaciones más cotidianas, para poder ser aceptadas en<br />

el escenario laboral en el que se les contrata. Incluso, creemos que esto refleja, en parte, una realidad<br />

correctiva de la población afrocolombiana y chocoana en la ciudad.<br />

La anatomopolítica aplicada aquí, se soporta en la representación cultural del cuerpo de las mujeres<br />

negras, formulado por las sociedades blancas o mestizas:<br />

La mujer negra es ante todo una mujer imaginada y representada por distintos y contradictorios<br />

estereotipos (…) las representaciones e imaginarios de la mujer negra son difíciles de<br />

conciliar porque, en muchos sentidos, opera por negación o ausencia de los ideales femeninos.<br />

Frente a estos, que tienen como referente empírico a las mujeres blancas europeas y<br />

sobre quienes los códigos morales y religiosos han sido intermitente y contradictoriamente<br />

aplicados, la mujer negra sigue encarnando no sólo la alteridad, sino una alteridad múltiple<br />

como mujer, negra y esclava. Así, en contraste relativo con las mujeres blancas o mestizas, la<br />

mujer negra personifica o es representada como de una naturaleza ambivalente, indescifrable,<br />

misteriosa, simultáneamente seductora e inquietante tanto para la imaginación masculina<br />

como para la femenina (Camacho, 2004:171-172).<br />

Ahora bien, retomamos la conceptualización sobre la “corrección” de los cuerpos, realizada por<br />

Vigarello, quien propone que han existido una serie de tecnologías correctivas, técnicas pedagógicas y<br />

tácticas educacionales encargadas de realizar los adecuamientos ideológicos y morales, en cada época<br />

y sociedad, a través de dispositivos físicos determinados: “[el cuerpo] es el primer espacio donde<br />

se imponen los límites sociales y psicológicos que se le dan a su conducta, es el emblema donde la<br />

cultura inscribe sus signos como si fueran blasones” (Vigarello, 2005:9).<br />

En el estudio de Vigarello, se retrata la instalación de las lógicas correctoras que influenciarán, a<br />

partir del siglo XVI, las más importantes instituciones europeas encargadas de “formar” a infantes y<br />

púberes como la escuela y la milicia, para transformarlos en materia prima del desarrollo de las naciones.<br />

Tales lógicas, según el autor, adoctrinan desde discursos y manuales prácticos, con el objeto de<br />

producir cuerpos “sanos” y “bien formados”; la escuela, por ejemplo, se ve instada a usar las más artificiosas<br />

técnicas, que pasan por estrictas rutinas gimnásticas hasta nuevos ordenamientos espaciales<br />

en los centros educativos, donde sillas individualizadas, alineadas y rígidas “enderecen” las debilidades<br />

posturales que impedían, antaño, superar los problemas de adecuada formación física y, por ende,<br />

intelectual y moral de los estudiantes.<br />

Este autor supone bien, que cada régimen social crea las instituciones o “contextos pedagógicos”<br />

correctores para los propósitos a los que se dirige. Ellas son las encargadas de configurar los discursos<br />

adecuados para ello y las prácticas para ejecutarlos. En tal caso, estas instituciones tienen una parafernalia<br />

claramente definida, un conjunto de tácticas en perfeccionamiento, con carácter dinámico que<br />

se adapta, permanentemente, a los “descubrimientos” sobre el cuerpo que las disciplinas se encargan<br />

de formular.<br />

En cada caso, estas configuraciones, que buscan adecuar los cuerpos, no nacen por fuera de la<br />

necesidad de las clases dirigentes de mantener su status quo y de la materialidad que usan para evidenciarla.<br />

Esta materialidad es específica, pues requiere de una construcción espacial que evidencie<br />

los símbolos de grandeza y distinción social38 , al igual que la delimitación de las corporalidades que en<br />

ellos habitan.<br />

Esto último se ve reforzado, a partir de un segundo momento histórico, en las pedagogías correctivas<br />

europeas identificadas por Vigarello, que han servido de modelo para las ciudades latinoamericanas<br />

durante el siglo XIX y XX. Según él, la intención correctiva de finales del siglo XVIII, continúa hoy día<br />

remarcando la idea del cuerpo-máquina, del cuerpo productor, modelado a sí mismo como símbolo de<br />

fortaleza y poderío, restringiendo así su significado en el antiguo régimen que prefería un cuerpo para<br />

el placer y como vehículo para la ostentación de la prenda de riqueza: “La segunda fase es que, según<br />

variados y sucesivos modelos, hace de la corrección objeto de trabajo que una burguesía triunfante se<br />

aplica a sí misma y que también aplica a las clases populares, cuyas pedagogías pronto, progresivamente,<br />

irá organizando” (Ibíd.:244).<br />

En Medellín, la lógica por la cual el cuerpo del ciudadano es corregido para consolidarse como<br />

pieza clave del desarrollo industrial, surge a comienzos del siglo XX, reacuñando las cualidades del<br />

campesino colono dedicado al trabajo y al autocontrol de los placeres, para potencializarlo en el “sistema<br />

de la fábrica” desde el cual, según Uribe, el dispositivo moral se desplegó como dispositivo de<br />

regulación y modelación del cuerpo del trabajador:<br />

Aquello que, de acuerdo con Mayor Mora, se constituyera en la ética del obrero antioqueño,<br />

adaptó los hábitos y los ritmos del obrero a las necesidades de la industria. En efecto, lo que<br />

buscaba el dispositivo era la disciplina colectiva y la conciencia del obrero (…). Cada valor<br />

del dispositivo dictaba en la conciencia del obrero las maneras correctas de conducirse en el<br />

trabajo y también por fuera de éste (Uribe, 2007:6).<br />

La introyección de este modelo, se consolidó con el paso del tiempo y se interiorizó en el estilo de<br />

vida medellinense, cuyas cualidades correctivas se mantienen vivas aún hoy día. En otras palabras, la<br />

familia antioqueña evidencia rastros importantes de este modelo de eficiencia y productividad, fruto<br />

del control de las pasiones corporales, la dedicación al trabajo, el seguimiento al culto religioso y, sobre<br />

todo, de la “frugalidad” en el modo de vida:<br />

El ethos sociocultural antioqueño aparece allí perfectamente diseñado, entre cuyos elementos<br />

más relevantes apuntamos los siguientes: el trabajo material como regenerador de las<br />

costumbres y como vía para el enriquecimiento individual que en un modelo mercantil hace<br />

38 Bourdieu explica cómo estos símbolos hacen parte de un conjunto de sistemas de disposiciones, donde diferentes tipos de capitales,<br />

entre ellos el capital económico y el capital cultural, se constituyen y distribuyen con el objetivo de configurar un estilo de vida<br />

de las clases dominantes. En este sentido, ética y, principalmente, estética de los habitus evidencian la diferenciación de la élite “civilizada”:<br />

“Esta estética pura es, por supuesto, la racionalización de un ethos: tan alejado de la concupiscencia como de la conspicuus<br />

consumption, el placer puro, es decir, totalmente depurado de todo interés social y mundano, se opone tanto al goce refinado y altruista<br />

del hombre de corte como al goce bruto y grosero del pueblo” (Bourdieu,1998:504).<br />

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