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DEL TUMBAO AL TRAPIAO NEGOCIACIONES ...

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año, allá junto a la cocina (M.H., 61 años).<br />

La señora, a ratos, era muy querida pero, a ratos, era muy humillativa porque, por ejemplo,<br />

ella dejaba la despensa en llave, donde tenía todo lo del mercado y pa´ mi eso es una humillación,<br />

dejaba todo cerrado para que yo no cogiera nada, o para que no me comiera algo<br />

estando ahí en la casa, entonces para yo para hacer el arroz: “doña señora necesito arroz, necesito<br />

maggi, necesito frijol”, o sea todo lo que iba a hacer lo tenía que pedir (D.M., 34 años).<br />

Históricamente, el espacio privado44 ha servido para la reclusión del mundo familiar en el cual las<br />

mujeres quedaron como guardianes de los valores morales, cívicos y religiosos, y a cargo del mantenimiento<br />

de la vida dentro del espacio privado, es decir del trabajo doméstico. Pero debemos aquí,<br />

trascender la idea de que la domesticidad es una estructura simbólica que soporta la red de relaciones<br />

familiares y que sirve para separar el binomio espacios públicos / espacios privados. Entendiendo, más<br />

ampliamente, la acepción de domesticidad podemos considerar el último aspecto mencionado en<br />

cuanto a la cosificación o materialización del cuerpo de la empleada como parte de la “ornamentación”<br />

de la casa.<br />

En este marco, la domesticación, desde el enfoque antropológico, ha sido ampliamente estudiada<br />

como fundamento de nuestro proceso de hominización, sugiriendo que es el proceso por medio del<br />

cual los seres humanos nos separamos de la naturaleza transformándola, domesticándola. Esta domesticación<br />

de nuestro medio, en especial, de la transformación de la comida pasando por la domesticación<br />

animal y, finalmente, la agricultura como domesticación de los ciclos de vida de las plantas, nos<br />

permitió como especie tener una clara diferenciación del resto del mundo animal, pues, la domesticación<br />

permite la ordenación, clasificación y producción de la “naturaleza” para volverla “cultura”.<br />

La domesticidad, por tanto, sería esa capacidad de los seres humanos de doblegar las fuerzas<br />

“naturales” o “salvajes” a su favor, en una relación, fundamentalmente, de dominación. Resultado de<br />

un largo devenir histórico y luego de ser mera fuente de subsistencia, objetos, animales o personas<br />

dominadas o domesticadas en esta relación, se convierten en propiedad privada, fuente de estatus<br />

social y materialización de la diferenciación social.<br />

En este sentido, la empleada del S.D. es un símbolo materializado de la diferenciación socioeconómica<br />

de una determinada élite, no sólo por la estrategia de la domesticidad con la corrección constante<br />

de estas mujeres, sino porque el extremo de esta forma de domesticidad es aún más el de la domesticación<br />

en términos simbólicos de dominación.<br />

Sutil e invisible, este aspecto tiene que ver con la significación que adquiere el cuerpo de la empleada<br />

doméstica como parte del “mobiliario de la casa”, es decir, como un objeto más, domesticado<br />

en razón de su subordinación y para ser visibilizado como parte del ejercicio de demostración de la<br />

“distinción” social de la familia; en tal medida, se niega su subjetividad y se cosifica.<br />

Más claramente, el proceso de domesticidad se extrema cuando el cuerpo de la empleada hace<br />

44 El espacio privado, no sólo es aquel sobre el cual ejercen dominio, mediante su propiedad, un grupo o persona determinada, sino<br />

como una espacialidad que está compuesta en primer lugar del espacio individual, que proporciona la intimidad y cuyo acceso es<br />

prohibido (negativo), limitado. Es aquel espacio sobre el cual existe un estricto control por parte del interés particular y en cuanto a su<br />

función social se le concibe como ámbito de lo individual, lo interior, lo íntimo. Según Duby y Ariés el aparecimiento del espacio privado<br />

aparece posterior a los siglos XVII- XVIII durante los cuales hay un “entrecruzamiento de espacios y una ambivalencia de papeles”.<br />

Estos autores definen la división público-privado en términos que han sido posteriormente usados en la explicación de la dicotomía:<br />

“¿Pero qué delimita ese muro? [de la vida privada] Para quien vive en la actualidad no hay ambigüedad alguna; a un lado, un remanso<br />

de paz, refugio familiar en esencia, pero también ámbito en que se eligen amistades y libertades; al otro, las imposiciones de la vida<br />

pública, la disciplina del trabajo jerarquizado globalmente, el rigor de los compromisos de toda índole. Por supuesto, esta dicotomía<br />

valora los encantos del terreno reservado, incesantemente amenazado por la fatal intrusión de las exigencias públicas” (Duby y Ariés,<br />

1990:15).<br />

parte de la “ornamentación”, en tanto se usa como los demás objetos “de lujo” del espacio privado,<br />

para demostrar el estatus socio-económico de la familia. La forma más evidente de esta cosificación<br />

es cuando, a pesar de su presencia, ésta se torna casi invisible en la vida cotidiana, frente a la familia<br />

y con mayor fuerza en presencia de visitantes. Y no sólo hablamos de invisibilidad en términos de vulneración<br />

de sus derechos como trabajadora, sino en cuanto a la actitud generalizada de “olvidar” que<br />

su presencia física está o circula alrededor, excepto en el momento en que ésta presencia se requiere<br />

para entrar en su función de servir.<br />

Esta característica se ejemplifica en los testimonios de algunas empleadas:<br />

Vea pues, yo me sentí en muchas partes como rara, es que uno sabe, porque cuando nosotras<br />

llegamos a trabajar a una casa de familia, nosotras como negras que somos, sabemos<br />

que en la raza blanca generalmente no gustan de nosotras, nos tratan y nos llevan a sus casas<br />

porque saben que somos fuertes pa’ trabajar, pero para decir que hay una amistad entre<br />

la empleada y la patrona eso es imposible, porque ellos se lo hacen ver a uno, su límite es<br />

este, a mí me tocó trabajar aquí en una casa donde me separaron la loza, otro día me dejaron<br />

parada como dos horas dizque para atender la visita y yo no sé porque me dejaron ahí si se<br />

la pasaron chismoseando todo el rato y no me necesitaban, pero yo me iba a ir y la patrona<br />

me miro feo, pero uno es como si no existiera, hasta echaban chistes racistas y uno ahí, yo<br />

no sé porque tratan a uno así si todos, blancos o negros, somos hijos de Dios (G.C., 56 años).<br />

El señor también se iba super temprano, ella (la señora) era la que se quedaba ahí molestándole<br />

la vida a uno y peleando con la hija que parecían dos desconocidas, unas palabras<br />

horribles…Porque uno no solamente está ahí de piedra, si no que uno está enterándose de<br />

todo lo que pasa en la familia, pero no podía uno decir nada, tocaba hacerse el ciego y el<br />

sordo… (N.H., 25 años).<br />

También en la literatura se pueden encontrar rastros de este mismo fenómeno, como lo narra esta<br />

escena de la vida doméstica de las familias Latinoamericanas, recogido por Illanes (1997):<br />

En El Santo del Abuelo, Luis-Leopold Boilly (1818), vemos una escena más familiar, donde la<br />

sirvienta aparece junto a la familia que celebra al abuelo (…). Allí la niña está, pero no formaparte-de.<br />

Todos los integrantes de la familia forman un círculo centrado en el brindis común;<br />

la niña está atrás, afirmada en el respaldo de la silla del abuelo, sin vaso ni brindis, sin sacarse<br />

su uniforme de trabajo, seudo-marginada, ensimismada en torno a una celebración claramente<br />

ajena (Illanes, 1997:130).<br />

Se agrega a esto, que en la mentalidad de la élite medellinense, la mujer negra como empleada<br />

doméstica, es considerada de mayor valor simbólico, pues, desde la tradición esclavista, prima la idea<br />

de que ellas son las personas ideales para este trabajo; tal situación aumenta el status de la familia<br />

contratante y materializa desde su cuerpo negro esta distinción social. Su cuerpo pasa a hacer parte<br />

del paisaje de la casa, donde junto a los objetos, cumple su función ornamental, siendo ella misma, su<br />

cuerpo, depositario de los símbolos de control social, étnico y racial.<br />

Tal situación, no elimina la posibilidad de resistencia, como lo veremos más adelante, pero si muestra<br />

cómo la domesticidad trasciende la idea del deber reproductivo de la vida dentro del hogar, y se<br />

extiende a la domesticación misma de los cuerpos de las empleadas. Domesticación que, entre otras<br />

cosas, se justifica, implícita e inconscientemente, debido al prejuicio establecido en el proceso de<br />

racialización, donde lo negro se asimila con “lo salvaje” o “indómito”, por lo cual se justificaría una<br />

intervención directa sobre los hábitos y las corporalidades.<br />

En fin, todas y cada una de las prácticas concretas de esta estrategia, como son: el control de la<br />

fuerza de trabajo, la corrección de hábitos de higiene, el control sobre la sexualidad, el ordenamiento<br />

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