DEL TUMBAO AL TRAPIAO NEGOCIACIONES ...
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jornadas, es impensable o por lo menos un motivo de angustia al tener que pedir la aprobación de los o<br />
las empleadores-as. Lo mismo se observa en la dificultad de las empleadas para el uso del teléfono y el<br />
recibimiento de visitas, disminuyéndoles o cortándoles toda comunicación con el mundo exterior.<br />
Esta sensación de encierro se interioriza al punto que muchas empleadas no usan su “tiempo libre”<br />
semanal porque, además, éste se ve muy disminuido. Pero, en algunos casos, esta idea de control sobre<br />
la vida, el cuerpo y la fuerza de trabajo de las empleadas, al servicio de los intereses de empleadores, es<br />
expresada por algunos patrones en el literal encierro de las empleadas, dejándolas bajo llave, en caso de<br />
que se queden solas, para que cumplan con tareas asignadas o para “protegerse de un robo”.<br />
Otra forma en que es establecida la relación de control sobre la fuerza de trabajo, es la constante por<br />
la cual empleadoras-es indican, permanentemente, los deberes de las empleadas, señalándoles errores<br />
en la realización de oficios domésticos, verificando las tareas hechas y obligándolas a repetir trabajos ya<br />
realizados; todo ello, termina demostrando la dependencia absoluta de las empleadas a las voluntades y<br />
deseos de sus patrones y no a unos lineamientos contractuales preestablecidos. Así, es frecuente que las<br />
exigibilidades rayen en la violencia psicológica, verbal y física, como podemos notar en este fragmento<br />
de entrevista:<br />
Después de los quince días la señora empezó a regañar demasiado, que no le gustaba eso, no<br />
le gustaba lo otro y no me dejaba terminar de hacer… cuando me mandaba a hacer algo no me<br />
dejaba terminar, me decía que fuera a hacer lo otro y aquello. Ella empezaba a decirle a uno,<br />
“vaya haga eso”, “eso quedó mal hecho”, y empezaba a regañarme porque dizque no servía pa’<br />
nada porque tenía que decirme tres y cuatro veces lo mismo, y yo le decía, “pero es que usted<br />
no deja terminar una cosa pa’ explicar la otra”, y ahí no me gustaba a mí porque empezaba a<br />
regañarme (N.M., 43 años).<br />
En resumen, la relación cuerpo-espacio-casa, se delimita, se domestica y se subordina a un espacio<br />
limitado en el “intramuros”.<br />
En palabras de ellas mismas, estas realidades se manifiestan de las siguientes formas:<br />
A uno lo ponen a trabajar más de la cuenta y el tiempo que yo trabajaba me pagaban mensual<br />
ciento cincuenta mil pesos y eso era pa’ mi casa con mis hijos y eso no me alcanzaba,<br />
y me acostaba por ahí a las once, once y media, y me tenía que levantar a las cuatro de la<br />
madrugada, y salía los sábados por ahí a las cinco, pa’ entrar los domingos a las ocho. Y digo<br />
que lo maltratan a uno porque a uno lo discriminan, lo dejan como allá tirado, lo maltratan<br />
físicamente a uno, uno no puede salir a la puerta, todo es allá metido adentro (G.O., 56 años).<br />
En el Poblado, yo llegué a una familia muy buena, al principio, la señora tenía una agencia de<br />
chance y tenía muchas entradas, ella era estrato seis, muy bien, pero era muy dura, ¡ay! Mala<br />
plata a morir… Pues mala plata en el sentido que me trataba mal, porque ella no me dejaba<br />
salir a la hora que yo tenía que salir y me dejaba encerrada en llave, o sea la puerta la dejaba<br />
en llave porque pensaba que me le iba a llevar algo y que porque, según ella, todas la morenas<br />
somos ladronas (Y.M., 36 años).<br />
Es que a uno, cuando los patrones están ahí, a uno le da miedo ponerse a descansar porque<br />
ellos mínimo van a decir: “está será que no tiene nada que hacer”, de hecho lo han dicho:<br />
“mira, las ventanas están sucias” (I.A., 65 años).<br />
La segunda manifestación de la domesticidad, como control anatomopolítico, es el marco estético<br />
y ético que define el cumplimiento, más o menos obligatorio, de normas de higiene que se imparten y<br />
revisan permanentemente. Estas van desde la definición de parámetros de una “buena” presentación<br />
personal, hasta la revisión sobre los procedimientos de higiene de la casa, cocción de alimentos y cui-<br />
dado de infantes, que las empleadas realizan.<br />
Por ejemplo, muchas empleadas son obligadas a usar uniformes, símbolo que las separa de la familia<br />
y las identifica hacia el afuera como trabajadora de la misma. El uniforme desde la cabeza hasta los pies<br />
(cofias, delantales, guantes, etc.) responde a una lógica ascética y esquemática de la cultura paisa que<br />
es meticulosa en el orden y limpieza de los objetos y de las personas. Así, se pretende ir moldeando en<br />
la empleada un cuerpo neutral que no de signos de autonomía, libertad, e incluso de belleza. En este<br />
sentido, también se les restringe el uso de maquillaje, peinados o adornos como los que pueden estar<br />
ostentando los miembros de la familia. De otro lado, en algunas ocasiones, es común que las patronases<br />
insinúen cambios en los hábitos de higiene personal como el uso de desodorantes, perfumes, el corte<br />
de cabello, etc.<br />
Aunque algunas de estos aspectos parecieran responden a una necesidad impuesta de aprender<br />
normas de urbanidad o a prejuicios racistas sobre ellas más que a estrategias anatomopolíticas, todos<br />
ellos apuntan a un ajustamiento estético de los cuerpos de las empleadas, en diferentes niveles<br />
de acuerdo a la flexibilidad de los patrones en cada caso. Afirmamos por tanto, que estas lógicas de<br />
corrección son estrategias anatomopolíticas ya que para permanecer en este ámbito laboral las mujeres<br />
deben asumir cambios que demuestren cómo su cuerpo se empadrona bajo unos lineamientos<br />
de docilidad y utilidad41 que ayudan a “su integración en sistemas de control eficaces y económicos”<br />
(Foucault, 1982:168), pero de otro lado, que permitan la supresión o domesticación de su diferencia, en<br />
la medida en que ésta irrumpe una “estética aceptable”.<br />
Revisemos algunas de las expresiones de las entrevistadas al respecto de este punto:<br />
¡Hay que ponerse uniforme mija!, a Don C. le gusta que uno este impecable me tocó hacer<br />
unas cosas por allá en un fogón de leña y se me ensució el delantal y cuando me asomé, yo<br />
como pude terminé de fritar eso y siempre, entrando allá pa’ la pieza, pa’ cambiarme, él me<br />
preguntó “¿de dónde viene usted, es que no se vé?” Y yo le dije Don C.: “es que acabé de<br />
fritar en fogón de leña”, y entonces me gritó: “¡vaya cámbiese pues!” (M.S., 33 años).<br />
Hay señoras que no les gusta que uno trabaje de sudadera y camiseta, sino que tiene que ser<br />
con esos vestidos tan malucos, para hacerlo sentir mal a uno, más empleada y más humillada<br />
(L.M., 28 años).<br />
Si, obligatoriamente nos tocaba usar ese bendito uniforme que a mí me cae supermal, no me<br />
gusta, pero para seleccionarnos de ellos, siempre nos ponen ese uniforme y es asqueroso, a<br />
mí me parece horrible. Siempre nos ponen eso para que todo el mundo sepa que ésta es la<br />
empleada (Y.C., 30 años).<br />
Por decir algo, una vez me dijo una señora que mi perfume no le gustaba y me dijo que nunca<br />
me echara perfume durante el tiempo de trabajo, ella decía que era porque era alérgica,<br />
porque le hacía daño, pero era porque no quería que yo usara. Imagínese que una vez insinuó<br />
que aunque las negras usáramos perfume nunca íbamos a oler bien… (T.M., 40 años).<br />
Una vez una señora me dijo que por ser negra tenía sobaquillo y era mentira, otra no me dijo<br />
pero me lo insinuó: “¿es que usted no tiene desodorante?”; o que uno, por ejemplo, se rasque:<br />
“¿usted tiene piojos?”, entonces uno no se puede rascar la cabeza; o dicen: “¡ese pelo<br />
le huele todo maluco!, ¿es que usted no se baña ese pelo?”. Por ejemplo, nosotras que nos<br />
mantenemos de trenzas y dicen: “¿ustedes no se bañan ese pelo?” (L.M., 28 años).<br />
41 “El cuerpo sólo se convierte en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y cuerpo sometido” (Foucault, 2002:25).<br />
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