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DEL TUMBAO AL TRAPIAO NEGOCIACIONES ...

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de la movilidad y la cosificación del cuerpo de la empleada como parte de la “ornamentación” de la<br />

casa, dirigen, innegablemente, su intención sobre los cuerpos como territorios posibles y necesitados<br />

de domeñar. Ninguno de ellos escapa a la lógica de objetivación del cuerpo para “garantizar la precisión<br />

de las operaciones y, por lo mismo, la eficiencia organizacional” (Uribe, 2007:5); organización o<br />

sistema donde es importante no sólo la eficiencia en el trabajo sino la elocuencia del símbolo de prestigio,<br />

ambos igualmente moldeadores.<br />

3.2. El trabajo del cuidado: domesticidad como cercanía a la naturaleza del cuerpo y corrección<br />

del comportamiento.<br />

Frente a la segunda estrategia anatomopolítica mencionada, el trabajo del cuidado, es la crítica<br />

feminista de la teoría económica, la teoría que profundiza en cómo la ética del cuidado, se sale de la<br />

lógica competitiva para dedicarse a “cuidar” o proteger” (Arango, 2008:3), razón principal por la cual el<br />

S.D. no se ha considerado, seriamente, dentro del espectro laboral.<br />

Este trabajo del cuidado tiene varias características: en primer lugar, ya que es un servicio y no<br />

produce bienes mercantiles, se relaciona con un “deber ser” o un “don” innato para preservar y mantener<br />

las condiciones materiales de la vida, lo que lo hace adaptarse a las necesidades vitales de las<br />

personas, conforme ellas aparecen; es decir, responden a lógicas vitales y no mercantiles. De otro<br />

lado, queda fuera de la lógica de la propiedad y la apropiación de bienes y saberes, como sucede con<br />

la especialización laboral en el mundo capitalista, cuyo motor es acumular excedentes como resultado<br />

de la inversión de fuerza de trabajo. En ambos casos, el trabajo del cuidado se especializa en dar, no<br />

en percibir o acumular. Por ello, el saber de lo doméstico, tiene implícito que se debe proporcionar sin<br />

suponer retribución, pues, su fuente son las relaciones afectivas de los convivientes.<br />

El espacio laboral, desde la revolución industrial del siglo XIX, siempre ha remitido a un supuesto<br />

“afuera”, lejos de la intimidad, privacía y familiaridad de la casa o lugar de habitación, del espacio<br />

doméstico. Pero, para las mujeres, el trabajo doméstico, no sólo el trabajo de las labores realizadas en<br />

sus propias casas – que socialmente aún no es valorado como trabajo ni, mucho menos, remunerado<br />

en términos monetarios -, sino también aquel espacio laboral concreto que del S.D, también llamado<br />

trabajo doméstico remunerado o privado, sigue siendo un lugar del “adentro”, como ellas mismas lo<br />

denominan: un trabajo “en casa de familia”.<br />

Este último, el S.D. presenta, en razón de esta particularidad, diferencias en el tipo de relaciones e<br />

interacciones que en él se pueden dar, en cuanto a su carácter contractual con respecto a otros trabajos<br />

remunerados de la rama de la industria de los servicios. Esto se da, porque se alberga en el imaginario<br />

y la práctica social una serie de representaciones sociales que lo definen en la práctica como un<br />

campo de tensiones en el cual, tanto empleadores como empleadas, negocian, desigualmente, unas<br />

relaciones de poder desde la cotidianidad, de manera que el pacto contractual se diluye debido al peso<br />

de formas tradicionales de interacción y definición del S.D., arraigadas en viejos patrones discriminatorios<br />

y excluyentes.<br />

Las manifestaciones correctoras del trabajo del cuidado, tienen que ver con el adueñamiento de la<br />

fuerza de trabajo, mencionada con anterioridad, pero también, con el hecho de que en el S.D., aunque<br />

se tenga un contrato más o menos definido, en el que existe una promesa de contraprestación -sea<br />

esta monetaria o en especie-, sigue operando una mezcla entre lo laboral y lo afectivo, donde la imagen<br />

de cuidadora le implica a la empleada ceder, en muchas ocasiones, más allá de los compromisos<br />

adquiridos inicialmente. Así, en muchos casos, la empleada, paulatinamente, puede ir aceptando<br />

concesiones para hacer tareas que no le corresponden o que no estaban pactadas con antelación, por<br />

ejemplo, el cuidado de personas (niños, viejos o enfermos), tareas de jardinería, repostería, secretariado,<br />

apoyo en asuntos personales para algún miembro de la familia, etc.<br />

Cuando estaba con una señora, doña M., yo al principio sólo hacia lo de la casa, el aseo, pero<br />

ella supo que yo cosía, entonces me regalaba lanas. Luego, nos sacó un lugarcito y nos llevo<br />

pa’ una feria, y allá fuimos, llevamos los acolchados e hicimos dulces (N.M., 43 años).<br />

Nosotras estamos pendientes de que los señores lleguen bien presentados a las oficinas<br />

porque les mantenemos la ropa bien limpia, bien planchada, los zapatos bien brillantitos,<br />

los mantenemos bien alimentados, lo mismo hacemos con las esposas y sus hijos, nosotros<br />

estamos pendientes que lleguen temprano a clase, que vengan de la escuela y, aunque no<br />

nos toque, nos ponemos a hacer las tareas con ellos y somos las que peor sueldo recibimos<br />

(T.A., 40 años).<br />

Cuando el papá de ella (empleadora), Don F., se enfermó pues a mí me tocó cuidarlo mayormente<br />

porque cómo le iba a decir que no a la patrona, ella trabaja todo el día y llegaba en la<br />

noche y pues yo me fui encargando de eso, me cansaba más pero tocaba (M.H., 61 años).<br />

En segundo lugar, el trabajo del cuidado tiene relación con las funciones domésticas dentro del<br />

mantenimiento cotidiano de la vida, a través de la realización de tareas “sucias”, en una constante<br />

“inmersión reiterativa en el caos primordial” (Illanes, 1997:39). Incluso, en la que se podía considerar<br />

como única creación que la empleada realiza: la preparación de alimentos; ésta, finalmente, produce<br />

caos y “excreción” (Ibíd.:26).<br />

Dentro de la lógica del cuidado de la vida hay una segmentación moralizante entre las tareas<br />

que les son asignadas a las mujeres y las que pueden asumir otros integrantes de las familias;<br />

por lo general, muchas de sus labores se encuentran cercanas a la naturaleza humana, como<br />

aquellas que sobrepasan los límites de la intimidad: “la especialización con el tratamiento de<br />

las excrecencias, de lo sucio, de lo manchado, de lo arrugado, de lo chueco, de lo aplastado”<br />

(Ibíd.:39).<br />

Para este caso, lo que evidencia la corrección corporal es la obligación impuesta a las empleadas<br />

de especializar su postura corporal extrema en las tareas de limpieza que más las acercan con la<br />

desintegración cotidiana de las cosas y las personas. En este caso, varias de estas tareas como la limpieza<br />

de baños, pisos, buhardillas, la costura, la limpieza de ancianos, enfermos o infantes, entre otros,<br />

obligan a este cuerpo a asumir una posición doblegada, arrodillada, curvada sobre sí misma o, en el<br />

extremo contrario, con tareas de limpieza de techos, ventanas, lámparas, paredes, armarios, gabinetes,<br />

techos, la postura estira, contorsiona el cuerpo hasta el alcance del último rincón. Este fragmento<br />

de una entrevista, lo ilustra muy bien:<br />

En esa casa, cuando voy, me toca arreglar toda la casa, la biblioteca, todo, todo me toca a<br />

mí, organizar los baños con paredes y todo, y lavo todo eso, el problema es que uno tiene<br />

que acostumbrarse a hacer oficios muy duros, casi siempre uno agachado ahí, barriendo,<br />

fregando el piso, a mí ya me duele la espalda, todo es agachado todo el día o uno haciendo<br />

maromas pa´ alcanzar bien arriba, el mugre (M.M., 33 años).<br />

Ahora bien, la sensación general de las empleadas frente a esta situación, es que es una obligación<br />

“humillante”, pues, además de exigir posturas corporales que pueden llegar a ser dolorosas o agotadoras,<br />

el cuerpo está siempre en “contacto” con las más desagradables manifestaciones de la suciedad y<br />

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