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determinado a que sufriera la más terrible de las muertes. Otra vez les
formuló la pregunta:
"Pues, ¿qué mal ha hecho?"
Y otra vez se elevó el terrible clamor: "¡Sea crucificado! ¡Sea
crucificado!"
La corona de espinas
Pilato realizó un último intento para despertar la simpatía del pueblo.
Hizo que tomaran a Jesús, que estaba desfalleciente y cubierto de heridas, y
lo azotaron a la vista de sus acusadores.
"Y los soldados entretejieron una corona de espinas y la pusieron sobre
su cabeza, y lo vistieron con un manto de púrpura, y decían: ¡Salve, Rey de
los judíos! Y le daban bofetadas". Juan 19:2, 3.
Le escupieron el rostro, y una mano perversa le arrebató la caña que
había sido colocada en su mano y con ella golpeó la corona que estaba sobre
su frente, haciendo penetrar las espinas en sus sienes, de manera que la
sangre le corrió por el rostro y la barba.
Satanás indujo a la soldadesca cruel a ultrajar al Salvador. Era su
propósito provocarlo a tomar venganza, si era posible, o inducirlo a realizar
un milagro para liberarse, y así frustrar el plan de salvación. Una mancha en
su vida, un fracaso de su humanidad para soportar la terrible prueba, y el
Cordero de Dios hubiera sido una ofrenda imperfecta, y la redención del
hombre un fracaso.
Pero aquel que comandaba la hueste angelical, y que al instante podía
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