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"Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien
vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, quien es antes de
mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado". Juan 1:26, 27.
La gente quedó muy conmovida. ¡El Mesías estaba entre ellos! Miraron
ansiosos alrededor para encontrar a aquel del cual había hablado Juan, pero,
al mezclarse con la multitud, Jesús se les perdió de vista.
Al día siguiente Juan volvió a ver a Jesús y señalando hacia él exclamó:
"¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!" Juan 1:29.
Habló a los presentes de la señal que se había visto en ocasión del
bautismo de Cristo. "Y yo le he visto y testifico que este es el Hijo de Dios".
Juan 1:34.
Con asombro y admiración los oyentes miraban a Jesús y se
preguntaban: ¿Es éste el Cristo?
Vieron que Jesús no llevaba ropas costosas ni aparentaba tener
riquezas. Su vestimenta era sencilla, como la que usaba la gente pobre. Pero
en su rostro pálido y cansado había algo que conmovió sus corazones.
Notaron en él una expresión de dignidad y poder; la mirada de sus ojos
y cada rasgo de su semblante hablaba de divina compasión y amor inefable.
Sin embargo, los mensajeros de Jerusalén no se sintieron atraídos al
Salvador. Juan no les dijo lo que ellos deseaban oír. Esperaban que el Mesías
viniera como un gran conquistador, y cuando vieron que esa no era la misión
de Jesús, se fueron desilusionados.
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