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un mundo condenado pasaron como una cinta delante de él.
Entonces, hizo la decisión final: salvará al hombre no importa cuánto le
cueste. Ha dejado los atrios del cielo, donde todo es pureza, felicidad y
gloria, para salvar a la única oveja perdida, al único mundo que cayó por la
transgresión, y no abandonará su propósito. Su oración reveló una sumisión
completa:
"Si no puede pasar de mí esta copa sin que yo lo beba, hágase tu
voluntad". Mateo 26:42.
Después de hacer esta decisión, cayó al suelo moribundo. Ningún
discípulo estaba allí, para colocar su mano tiernamente bajo la cabeza del
Maestro y enjugar el sangriento sudor de su frente.
Pero Dios sufrió con su Hijo. Los ángeles contemplaban la agonía del
Salvador. Había silencio en el cielo. Las arpas enmudecieron. Si los hombres
hubieran podido ver la consternación de la hueste angelical, mientras en
doloroso silencio observaban al Padre que retiraba sus rayos de luz, amor y
gloria de su querido Hijo, entenderían mejor cuán ofensivo es a su vista el
pecado.
Un ángel poderoso llegó al lado de Cristo. Levantó la cabeza del divino
doliente y la reclinó sobre su pecho. Señalando al cielo le dijo que había
vencido a Satanás, y que, como resultado, millones triunfarían en su reino de
gloria.
Una paz celestial se reflejó en el ensangrentado rostro del Salvador.
Había soportado lo que ningún ser humano podría jamás aguantar, porque
había experimentado los sufrimientos de la muerte de todos los hombres.
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