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La Única Esperanza - Elena G. de White

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haber hecho venir en su ayuda a legiones de santos ángeles, uno solo de los

cuales hubiera vencido de inmediato a aquella turba cruel; aquel que podía

haber herido a sus atormentadores con la refulgencia de su divina majestad,

se sometió con dignidad a los más duros ultrajes e insultos.

La crueldad degradaba a sus torturadores a un plano más bajo que el

nivel humano, haciéndolos semejantes a Satanás, de la misma manera que la

humildad y mansedumbre de Jesús lo exaltaban por encima de la humanidad,

certificando de este modo la relación que Cristo tenía con Dios.

"¡Crucifícalo! ¡crucifícalo!"

Profundamente conmovido por la paciencia silenciosa del Salvador,

Pilato pidió que Barrabás fuera traído a la sala de juicio; entonces presentó a

los dos presos juntos. Señalando al Salvador, dijo con voz de solemne

súplica: "¡Este es el hombre!" "Mirad, os lo traigo fuera para que entendáis

que ningún delito hallo en él". Juan 19:5, 4.

Allí estaba el Hijo de Dios, vestido con el manto del escarnio y ceñido

con la corona de espinas. Desnudo hasta la cintura, sus espaldas mostraban

grandes y largas heridas de las cuales fluía la sangre copiosamente. Su rostro

estaba ensangrentado, y tenía las señales del agotamiento y el dolor; pero

nunca había parecido más hermoso. Cada rasgo expresaba bondad y

resignación, y la más tierna piedad por sus crueles verdugos.

¡Qué notable contraste entre él y el prisionero que se hallaba a su lado!

Cada detalle del semblante de Barrabás mostraba que era el endurecido

rufián que todos conocían.

Entre los espectadores había algunos que simpatizaban con Jesús. Aun

los sacerdotes y los príncipes de los judíos estaban convencidos de que era lo

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