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La Única Esperanza - Elena G. de White

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La tierra tiembla y se sacude a medida que se acerca ese ser poderoso

procedente de otro mundo. Viene con una misión gozosa; y la velocidad y el

poder de su vuelo hacen que el mundo tiemble como si fuera sacudido por un

gran terremoto. Soldados, funcionarios y centinelas caen como muertos a

tierra.

Había también otra guardia junto a la tumba del Salvador: los ángeles

del diablo estaban allí. El Hijo de Dios había muerto y su cuerpo era

reclamado por Satanás, quien pretendía tener el poder de la muerte.

Los ángeles de Satanás estaban allí para tratar de que ningún poder

arrebatase a Jesús de sus manos. Pero cuando el majestuoso ser celestial,

enviado del trono de Dios, se aproximó, con terror huyeron del escenario.

El ángel tomó la gran piedra, que estaba a la entrada de la tumba, y la

hizo rodar fuera como si se tratara de un guijarro. Luego, con una voz que

hizo temblar la tierra, exclamó:

"¡Jesús, Hijo de Dios, ven fuera! ¡Tu Padre te llama!"

Entonces aquel que había ganado el poder sobre la muerte y sobre la

tumba salió del sepulcro. Sobre la tumba destruida proclamó: "Yo soy la

resurrección y la vida". La hueste de ángeles se postró en adoración delante

del Redentor, y le dio la bienvenida con cánticos de alabanza.

Jesús salió con paso de conquistador. A su presencia la tierra se

conmovió, fulguró el relámpago y retumbó el trueno.

Un terremoto señaló la hora en que Cristo depuso su vida. Un

terremoto también indicó el momento cuando, triunfante, la volvió a tomar.

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