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vivientes. ¿Había de cesar dicha obra en el sábado? ¿Debía Dios impedir que
el sol cumpliese su función en el sábado? ¿Impediría que sus rayos
calentaran la tierra y nutrieran la vegetación? ¿Debían los arroyos y las olas
del mar detener su movimiento constante? ¿Debían el trigo y el maíz detener
su continuo crecimiento, y las plantas dejar de florecer en sábado?
Si así sucediera, el hombre perdería los frutos de la tierra, y sus
correspondientes bendiciones que sostienen su vida. La naturaleza debía
continuar su obra o el hombre moriría. También el hombre tiene una obra
que hacer en este día. Las necesidades de la vida deben ser atendidas, los
enfermos sanados y los menesterosos cuidados para suplir sus necesidades.
Dios no desea que sus criaturas sufran una hora de dolor que pueda ser
aliviado en sábado o en cualquier otro día.
La obra del cielo nunca cesa, y nunca debemos descansar de hacer el
bien. Lo que la ley nos prohíbe hacer en el día de descanso del Señor es
nuestra propia obra. El trabajo para ganarnos la vida debe suspenderse.
Ninguna labor que tenga como fin el provecho propio o el placer
mundano es lícita en este día. Pero el sábado no ha de ser usado en una
actividad inútil. Así como Dios cesó en su obra creadora, y descansó en el
sábado, también nosotros hemos de descansar. Nos pide que pongamos a un
lado nuestras ocupaciones cotidianas y dediquemos esas horas sagradas a un
descanso saludable, al culto y a las acciones santas.
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