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hubiera visto obligada a huir de su presencia.
En ese tiempo los judíos eran súbditos de los romanos, y no se les
permitía castigar a nadie con la muerte. El Sanedrín podía sólo examinar al
prisionero, y pronunciar el juicio, que había de ser ratificado por las
autoridades romanas.
Para realizar su malvado propósito, ellos debían encontrar alguna
prueba contra el Salvador que fuera considerada como criminal por el
gobernador romano. Debían obtener abundantes evidencias de que Cristo
había hablado contra las tradiciones de los judíos y muchas de sus
ordenanzas. Era fácil probar que él había denunciado a los sacerdotes y
escribas, y que los había llamado hipócritas y homicidas. Pero esto no habría
sido escuchado por los romanos, porque ellos mismos estaban disgustados
por las pretensiones de los fariseos.
Se trajeron muchos cargos contra Cristo, pero, o los testigos estaban en
desacuerdo, o la evidencia era de tal naturaleza que no sería aceptada por los
romanos. Trataron de hacerlo hablar en respuesta a sus acusaciones, pero él
parecía como si no los oyera. El silencio de Cristo en ese momento había
sido descripto de esta manera por el profeta Isaías:
"Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como un cordero fue
llevado al matadero; como una oveja delante de sus trasquiladores,
enmudeció, no abrió su boca". Isaías 53:7.
Los sacerdotes comenzaron a temer que no lograrían reunir evidencias
contra Jesús para presentarlas ante Pilato. Sintieron que debían realizarse un
último esfuerzo. El sumo sacerdote levantó la mano hacia el cielo y se dirigió
a Jesús en la forma de un solemne juramento:
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