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La Única Esperanza - Elena G. de White

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hubiera visto obligada a huir de su presencia.

En ese tiempo los judíos eran súbditos de los romanos, y no se les

permitía castigar a nadie con la muerte. El Sanedrín podía sólo examinar al

prisionero, y pronunciar el juicio, que había de ser ratificado por las

autoridades romanas.

Para realizar su malvado propósito, ellos debían encontrar alguna

prueba contra el Salvador que fuera considerada como criminal por el

gobernador romano. Debían obtener abundantes evidencias de que Cristo

había hablado contra las tradiciones de los judíos y muchas de sus

ordenanzas. Era fácil probar que él había denunciado a los sacerdotes y

escribas, y que los había llamado hipócritas y homicidas. Pero esto no habría

sido escuchado por los romanos, porque ellos mismos estaban disgustados

por las pretensiones de los fariseos.

Se trajeron muchos cargos contra Cristo, pero, o los testigos estaban en

desacuerdo, o la evidencia era de tal naturaleza que no sería aceptada por los

romanos. Trataron de hacerlo hablar en respuesta a sus acusaciones, pero él

parecía como si no los oyera. El silencio de Cristo en ese momento había

sido descripto de esta manera por el profeta Isaías:

"Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como un cordero fue

llevado al matadero; como una oveja delante de sus trasquiladores,

enmudeció, no abrió su boca". Isaías 53:7.

Los sacerdotes comenzaron a temer que no lograrían reunir evidencias

contra Jesús para presentarlas ante Pilato. Sintieron que debían realizarse un

último esfuerzo. El sumo sacerdote levantó la mano hacia el cielo y se dirigió

a Jesús en la forma de un solemne juramento:

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