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La Única Esperanza - Elena G. de White

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Los discípulos no pensaban que Cristo permitiría que lo arrestaran. No

tenían la menor duda de que el mismo poder que había hecho caer como

muertos a aquellos hombres, podía protegerlos a ellos hasta escapar junto

con Jesús.

Se sintieron desilusionados e indignados al ver que ataban con cuerdas

las manos de Aquel a quien amaban. Pedro, en su enojo, rápidamente sacó su

espada y trató de defender a su Maestro, pero sólo logró cortar una oreja del

siervo del sumo sacerdote.

Cuando Jesús vio lo que Pedro había hecho, se soltó las manos, aunque

los soldados romanos las sostenían con firmeza, y diciendo: "Basta ya;

dejad" (Lucas 22:51), tocó la oreja herida y ésta quedó inmediatamente sana.

Luego le dijo a Pedro: "Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los

que tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora

orar a mi Padre, y él me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo

entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?"

Mateo 26:52-54. "La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?"

Juan 18:11.

Después se volvió a los sacerdotes y a los principales del templo, que

estaban con la turba, y les dijo: "¿Como contra un ladrón habéis salido con

espadas y con palos para prenderme? Cada día estaba con vosotros

enseñando en el Templo y no me prendisteis; pero así es, para que se

cumplan las Escrituras". Marcos 14:48, 49.

Los discípulos se sintieron ofendidos cuando vieron que el Salvador no

realizaba ningún esfuerzo para liberarse de sus enemigos. Lo culparon por no

haberlo hecho. No podían entender su sumisión a la turba, y, presa del terror,

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