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Los discípulos no pensaban que Cristo permitiría que lo arrestaran. No
tenían la menor duda de que el mismo poder que había hecho caer como
muertos a aquellos hombres, podía protegerlos a ellos hasta escapar junto
con Jesús.
Se sintieron desilusionados e indignados al ver que ataban con cuerdas
las manos de Aquel a quien amaban. Pedro, en su enojo, rápidamente sacó su
espada y trató de defender a su Maestro, pero sólo logró cortar una oreja del
siervo del sumo sacerdote.
Cuando Jesús vio lo que Pedro había hecho, se soltó las manos, aunque
los soldados romanos las sostenían con firmeza, y diciendo: "Basta ya;
dejad" (Lucas 22:51), tocó la oreja herida y ésta quedó inmediatamente sana.
Luego le dijo a Pedro: "Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los
que tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora
orar a mi Padre, y él me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo
entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?"
Mateo 26:52-54. "La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?"
Juan 18:11.
Después se volvió a los sacerdotes y a los principales del templo, que
estaban con la turba, y les dijo: "¿Como contra un ladrón habéis salido con
espadas y con palos para prenderme? Cada día estaba con vosotros
enseñando en el Templo y no me prendisteis; pero así es, para que se
cumplan las Escrituras". Marcos 14:48, 49.
Los discípulos se sintieron ofendidos cuando vieron que el Salvador no
realizaba ningún esfuerzo para liberarse de sus enemigos. Lo culparon por no
haberlo hecho. No podían entender su sumisión a la turba, y, presa del terror,
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