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La Única Esperanza - Elena G. de White

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"¡Es culpable y debe morir!"

Al pronunciar Jesús las palabras declarándose el Hijo de Dios, y Juez

del mundo, el sumo sacerdote rasgó su manto, como para demostrar su

horror. Elevó sus manos al cielo y dijo:

"Ha blasfemado: ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? Ahora

mismo habéis oído su blasfemia. ¿Qué os parece?"

Los jueces contestaron: "¡Es reo de muerte!" Mateo 26:65, 66.

Era contrario a la ley judía someter a juicio a un preso durante la noche.

Aunque la condenación de Cristo había sido resuelta, debía haber un juicio

formal hecho de día.

Jesús fue llevado a la guardia y allí sufrió las burlas y el escarnio de los

soldados y la chusma.

Al amanecer fue llevado de nuevo ante sus jueces y se pronunció la

sentencia final de condenación.

Una furia satánica tomó entonces posesión de los dirigentes y del

pueblo. El ruido de las voces era como el de bestias salvajes. Se agolpaban

presionando contra Jesús, mientras gritaban: "¡Es culpable, matadle!", y si no

hubiera sido por los soldados, lo habrían hecho pedazos. Pero la autoridad

romana se interpuso, y por la fuerza frenó la violencia del populacho.

Los sacerdotes, los gobernantes y la multitud se unieron en los insultos

al Salvador. Le arrojaron unas vestiduras viejas sobre la cabeza y sus

agresores también lo herían en el rostro diciendo:

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