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Murcia, Francisco Salzillo y la Cofradía de Jesús J. D. Muñoz Rodríguez<br />
Es verdad que este incremento en la densificación humana<br />
respondía a un fenómeno compartido con el resto de territorios<br />
hispánicos que pasaban por similares circunstancias; es<br />
decir, un crecimiento vegetativo fruto, fundamentalmente,<br />
de la diferencia entre el mantenimiento de unos índices altos<br />
de natalidad y mortalidad ordinarios y una sensible disminución<br />
de la morbilidad catastrófica7 . Aunque no se trataba, en<br />
absoluto, de un modelo homologable a la revolución demográfica<br />
que por entonces se estaba dando ya en otras par-<br />
tes de Europa, proporcionaba un saldo positivo apreciable,<br />
siempre que no interviniese ninguna alteración coyuntural.<br />
Junto a esta notable mejoría global que resultaba de tan<br />
débil equilibrio, se hallaba una segunda serie de motivos más<br />
limitados en sus repercusiones: la existencia de un fluido<br />
trasvase migratorio procedente de villas manchegas más o<br />
menos próximas al reino de Murcia, al que se añadía los propios<br />
movimientos redistributivos de origen interno, debidos<br />
principalmente a manifestaciones más agudas de la «crisis» en<br />
los núcleos urbanos8 . En ambos casos, estos aportes demográficos<br />
no masivos se debían a un localizado empeoramiento de<br />
las condiciones de subsistencia, de modo que la salida hacia<br />
regiones y comarcas que antes –o de forma más acentuada–<br />
estaban experimentando ese crecimiento, se convertía en un<br />
mecanismo natural que regulaba la propia sociedad y trataba<br />
de lograr una mejora individual y familiar.<br />
Los potenciales regadíos, las marinas de la costa murciana<br />
y las tierras interiores del corregimiento de Chinchilla serían<br />
las áreas que principalmente absorberían un incremento<br />
demográfico que se iría generalizando por todo el territorio.<br />
En cuanto a los primeros espacios, ya se había advertido<br />
durante el siglo XVI un lento deslizamiento de los núcleos<br />
habitados a lo largo de las pendientes, buscando las zonas<br />
regadas y los ejes de comunicación de los valles; proceso que,<br />
frenado a lo largo del XVII, comenzaba ahora a retomarse. La<br />
progresiva despoblación de las «parroquias altas» de la ciudad<br />
de Lorca o la colonización de Totana son probablemente dos<br />
casos paradigmáticos, a pesar de que la segunda no obtuviese<br />
su segregación de la villa de Aledo hasta una fecha tan tardía<br />
7 El contexto general en Nadal, Jordi. 1984, esp. pp. 82-126; Bustelo, Francisco.<br />
1989, y los trabajos regionales contenidos en Pérez Moreda, Vicente, y<br />
Reher, David, eds. 1987.<br />
8 Chacón Jiménez, Francisco. 1986, esp. pp. 118-124. Sobre esta redistribución<br />
intrarregional, Torres Sánchez, Rafael. 1991.<br />
20<br />
como 17939 . Pero esta tendencia, que en el siglo XVI no conllevaría<br />
una ruptura del modelo de poblamiento implantado<br />
tras la conquista cristiana, sí lo haría, por el contrario, durante<br />
el siglo de expansión iniciado en estas décadas finales del siglo<br />
XVII. Es entonces cuando no sólo se cultivan completamente<br />
estas huertas próximas a los centros urbanos, sino que se<br />
consolida una repoblación fuera de los límites tradicionales<br />
marcados por las murallas medievales; los mismos límites que<br />
los vecinos del reino habían identificado secularmente como<br />
sus espacios de seguridad más inmediatos. Un proceso que<br />
si en los grandes municipios de Murcia, Cartagena o Lorca<br />
es más llamativo por el número de personas que implicó,<br />
también se pudo constatar en otras villas de dimensiones más<br />
reducidas, como sucedía en los términos de Mula, Caravaca,<br />
Yecla, Calasparra o, inclusive, en los diseminados por un valle<br />
de Ricote en teoría libre de población morisca10 . En algunas<br />
de estas localidades, especialmente en las grandes ciudades,<br />
la dilatación del asentamiento humano inicia una tensión<br />
emotiva entre un alma urbana y otra rural que perduraría<br />
en los siglos siguientes.<br />
Huertas, pero más aún campos. Las expectativas que en<br />
esos años avanzados del Seiscientos empiezan a ofrecer unas<br />
tierras casi deshabitadas y con un innegable aprovechamiento<br />
agrícola, es lo que convierte las depresiones del litoral murciano<br />
en una especie de nuevos Macondos por ocupar. Este<br />
atractivo se vio intensificado por la relativización del peligro<br />
berberisco, causante desde el periodo bajomedieval de una<br />
persistente despoblación en estas jurisdicciones dependientes<br />
de las tres ciudades meridionales del reino; relativización a<br />
la que habría contribuido un descenso de la propia presión<br />
corsaria, la vigilancia que ofrecían las torres de costa y el<br />
mismo proceso repoblador, que aportaría una espontánea<br />
sensación de defensa a los colonos que se fueron estableciendo11<br />
. Nuevos espacios en los que, sin embargo, quedaba<br />
muy lejano el ordenamiento judicial de las correspondientes<br />
ciudades, lo que facilitaba el surgimiento de una importante<br />
conflictividad interna. La ocupación ilegítima de tierras, el uso<br />
de una violencia no reglada para dirimir disputas personales o<br />
las querellas por unos recursos hídricos siempre escasos, fueron<br />
fenómenos endémicos en el interior de estas sociedades<br />
9 Merino Álvarez, Abelardo. 1981, esp. pp. 280 y 452-453.<br />
10 Lemeunier, Guy. 1985.<br />
11 Ruiz Ibáñez, José Javier. 1997; Rubio Paredes, José María. 2000, y Muñoz<br />
Rodríguez, Julio D. 2006.