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El apogeo urbanístico de Murcia en el siglo XVIII Murcia, Francisco Salzillo y la Cofradía de Jesús<br />
Contraparada, Murcia (VII)<br />
sólo aquel día más de trescientas casas, salteó más de dos<br />
mil vidas, así dentro de los términos de la ciudad como en<br />
las poblaciones de la huerta, reputándose sólo en aquel día<br />
una pérdida de más de cuatro millones”.<br />
Murcia es ciudad asentada sobre el agua, en terreno siempre<br />
sustraído al regadío y por bajo de sus calles circulan como<br />
arterias ocultas las acequias huertanas. El asfalto le gana<br />
sus dominios al bancal en una contienda siempre triunfante,<br />
pero la huerta se venga periódicamente haciendo notar la<br />
presencia soterrada de las acequias. Cada cierto tiempo, la<br />
huerta pasa factura a la ciudad depredadora y le obliga a<br />
que en la puerta misma de la boutique de moda o del público<br />
más exótico haya que abrir los registros para extraer, ante la<br />
escandalizada presencia del petimetre urbano, el fango fétido<br />
de la monda. Las acequias murcianas conservan todavía sus<br />
apelativos moriscos del tiempo de los repartimientos. Caravija,<br />
Alfande, Almohajar, Aljada, Alarilla, Benejúcer regaban cuatro<br />
leguas y media de tierras, constituidas por 73.897 tahúllas,<br />
plantadas con 355.500 moreras que producían 400.000 onzas<br />
de simiente de seda, siendo ésta de distintas calidades (de<br />
joyante unas 200.000 libras y de redonda 165.000 libras). Las<br />
mayores, Alquibla y Aljufía, que desangran al Segura por la<br />
Contraparada y sirvieron en otros tiempos para mover molinos<br />
de harina, además de distribuir su agua entre otras menores.<br />
Entre las acequias existe una rigurosa ordenación estamental<br />
desde las prepotentes acequias mayores hasta las regaderas<br />
privativas que traen el agua de la tanda a cada heredad para<br />
desparramarla por los surcos del bancal y penetrar en los<br />
caballones. De ahí pasará el agua a la red venosa de las aguas<br />
muertas y discurrirá perezosa por escorredores, azarbetas,<br />
azarbes, marranchos y landronas hasta convertirse de nuevo<br />
en sangre arterial al llegar a la Vega Baja.<br />
El cuidado de la red extensa de acequias que surcaban la<br />
ciudad y su entorno era, y es, una atención anual que supone<br />
la limpieza y el buen estado de las bóvedas y pequeños puentecillos<br />
que hay en ellas. La monda anual de las acequias atrae<br />
consigo una dedicación regular, mantenida por los regidores<br />
del Ayuntamiento nombrados para tal efecto y son denominados<br />
“comisarios de acequias”. En el siglo XVIII, el comisario<br />
de la Acequia Mayor de Barreras era el marqués de Beniel, al<br />
que se le pagaba un canon de 3.800 reales.<br />
La obra de la Contraparada fue de gran envergadura y<br />
supuso una elevada suma. Situada a ocho kilómetros de la<br />
ciudad, aguas arriba, en una angostura del cauce del río, esta<br />
presa, cuyos orígenes están envueltos en la leyenda, tiene como<br />
función derivar las aguas del Segura hacia la vega murciana.<br />
De su mantenimiento siempre a punto han dependido desde la<br />
época musulmana los riegos de la huerta; por eso, cada rotura,<br />
inevitable en las inundaciones, ocasionaba catástrofes en la<br />
agricultura. La reparación de esta presa –inserta en el programa<br />
de acondicionamiento del río Segura–, era uno de los motivos<br />
de la presencia continua de ingenieros de la Corona en Murcia.<br />
Las reparaciones eran frecuentes, pero no solventaban los<br />
problemas de estructura existentes en la Contraparada. Por<br />
otro lado, la resolución definitiva sufría retrasos por causas<br />
económicas y porque había intereses personales muy pode-<br />
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