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No.5, septiembre-octubre 2008 - Convivencia

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tremenda película, esa con la que su amada ídolo<br />

obtuvo un Oscar Dangerous Enia bebe el néctar dorado<br />

que se embalsa en el vientre, busca el aliviadero y se<br />

pierde en la maraña que bordea al falo, su lengua<br />

prueba los ardores, borra las filigranas y se sorprende<br />

ante la nitidez y la sorpresa del dolor, naturaleza del<br />

dolor convertido en pánico, irracionalidad.<br />

- No fue nada, amor, te pondrás bien.<br />

El bisturí, los espejos, la narcosis la sumerge en un<br />

marasmo de seres inauditos.<br />

- No fue nada amor.<br />

Luego la venda en los ojos, la no-luz.<br />

- Tuvieron que operarte de urgencia, un problema<br />

sin importancia en las córneas.<br />

La venda, el silencio, las cartas sobre la mesa, la<br />

enfermera búlgara, que no sabe decirle quien la<br />

contrató para cuidarla, la casa vacía.<br />

- ¿Y Romano?<br />

La enfermera no sabe. La casa vacía, las cuentas<br />

sin pagar, el plazo que les da cierto dueño para<br />

abandonar la casa. No, nadie sabe quien es el tal<br />

Romano. La enfermera búlgara, un alma de Dios, la<br />

lleva para su casa, una verdadera Babel, checos,<br />

polacos, montenegrinos, serbios, rusos, moldavos,<br />

armenios. Todos juntos, en una concordia imposible,<br />

como al inicio del mundo.<br />

Enia aprende el olor de las lámparas de aceite, de<br />

los cuerpos hacinados, del sudor, del vodka, de las<br />

sopas colectivas, de las manos que buscan y se<br />

disputan sus piernas por la madrugada, de los<br />

desesperados asaltos nocturnos. El olor de la<br />

muchacha que comparte sus vahídos, los insultos, las<br />

súplicas y luego acaricia su cuerpo macerado y la<br />

protege del frío.<br />

Lleva un año en Italia y parece un siglo, el jefe de<br />

esa extraña sociedad, Pavel, busca a Romano, nadie<br />

sabe nada de él, no existe, los hombres de Pavel lo<br />

buscan por toda la ciudad, la casa no le pertenece,<br />

fue rentada por una sociedad anónima que tampoco<br />

existe. Nada queda. Enia desespera, no tiene<br />

documentos, no tiene nombre ni nacionalidad, no<br />

existe, no tiene idioma, en esta Babel nadie entiende<br />

lo que dice.<br />

Esta casa, ciudad inventada por ellos, ciudad que<br />

dibujan a imagen y semejanza de sus aldeas, de sus<br />

urbes, la trazan a plumilla con el ardor de los náufragos.<br />

Koljoz donde todo se reparte y las dos mujeres, una<br />

ciega y otra desleída por la lluvia y la soba,<br />

instrumentos de trabajo, medios de producción,<br />

contribuyen al sostén de la comuna. Karel, el pintor,<br />

intenta mejorar sus caderas a pincel, se esmera en<br />

fabricarle redondeces al cuerpo que se consume, un<br />

trapo de tela negra le cubre los ojos, telón que le<br />

protege del vértigo.<br />

Apenas reconoce la voz que le habla en su idioma,<br />

su cuerpo se hunde en el asiento mullido del auto, se<br />

adormece en el ronroneo del motor. La embajada y la<br />

18 Un umbral para la ciudadanía y la sociedad civil<br />

gente fría, ajena, no hay regreso, lleva más de 11<br />

meses, y los policías y los médicos, sus amigos que<br />

localizaron la sede cubana, no entienden, no<br />

comprenden, los más viejos de la comuna recuerdan<br />

y mueven la cabeza de un lado al otro con pesar.<br />

Mamá, estoy bien, regreso pronto y la foto de la<br />

muchacha con los ojos vendados, desnuda sobre un<br />

diván harapiento, entre colillas de cigarro, botellas,<br />

latas de cerveza y lámparas de aceite, la sonrisa es un<br />

trazo difuso, algo morbosa. Junto al diván, una máquina<br />

de coser, un samovar, una pucha de flores, las manos<br />

descansan sobre los muslos, la cabeza inclinada sobre<br />

el hombro derecho, el torso erguido, una banda de<br />

tela negra le cubre el rostro, ajorcas en los tobillos,<br />

pulseras de cobre en las muñecas, cadena con<br />

monedas en la frente.<br />

A Enia le gusta sentarse en la orilla de la playa, el<br />

mar le acaricia las piernas, sonríe a las voces que<br />

elogian su cuerpo, soeces unas, elegantes otras, vive<br />

en un mundo de voces, de sueños, donde todo se<br />

aligera y se reconstruye a su gusto.<br />

Entra al mar, las algas trepan por sus muslos, frías,<br />

pegajosas como las manos de Romano que huyó con<br />

sus ojos, Romano que no existe, que nunca existió,<br />

pesadilla de luces y hospitales donde hurgan en sus<br />

cuencas vacías, no hay a quien reclamarle, como en<br />

Lo que el viento se llevó, nadie sabe nada, Esas cosas<br />

suceden, se hunde en las entrañas del ser policaudado<br />

que la penetra, el comercio de órganos en un problema<br />

grave hoy en día, lo busca la INTERPOL, el fondo, un<br />

marasmo de miedos, lengüetazo goloso del ser en su<br />

vulva, en el vientre, en el cuello, no eres el único caso,<br />

alguien mira con sus ojos, siente la luz bien adentro,<br />

los edificios, los árboles, las avenidas, otra mirada, no<br />

es solo el mar, no es solo las entrañas, es difícil andar<br />

por este mundo y mirar en otro, marcar los pasos en<br />

un camino ajeno, es otro el cuerpo que contempla,<br />

otro el hombre que se acerca y besa sus ojos, siente<br />

la caricia en los párpados, en las cuencas llenas de<br />

abismos donde intentan asomarse los peces.<br />

La foto en la arena, acostada, los ojos vacíos, la<br />

mano derecha estruja una banda de paño negro, el<br />

agua le acaricia los tobillos, a su lado un termo azul,<br />

una sombrilla, un caracol. La foto en papel Kodak,<br />

brillante, Enia acostada en la arena, los senos<br />

desnudos, los pezones café, la banda de paño negro<br />

sobre el pubis, el ombligo cubierto de arena, por detrás<br />

de la foto en tinta azul. Estoy bien mamá, regreso<br />

pronto.<br />

_____________<br />

Raúl Capote. La Habana<br />

Escritor y Editor.<br />

Fue miembro del Jurado del Concurso Vitral y del Concurso<br />

de las Bibliotecas Independientes de Cuba.

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