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La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson

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Cuando se fue, una discusión comenzó del otro lado de la puerta de mi celda. El coloso estaba discutiendo<br />

con otros dos oficiales. En mi mente, yo trataba de imaginar lo que estaban discutiendo porque sabía que<br />

el resultado de su discusión determinaría mi suerte en la cárcel. Finalmente decidí o que alguien quería<br />

soltarme por falta de evidencia o que alguien quería ser mi nuevo novio.<br />

La discusión terminó y el coloso regresó y me preguntó tan cortésmente como pudo, aunque pude notar<br />

que en realidad se sentía avergonzado, “¿Dónde está el dildo?” Antes de que pudiera contener mis<br />

instintos de sabelotodo, respondí coquetamente, “¿Para qué quieres un dildo?” Y ahí fue cuando el infierno<br />

se desató.<br />

Su rostro se volvió rojo como si hubiera sido quemado con una plancha, su pecho se expandió como el del<br />

Increíble Hulk, y lanzó mi cuerpo pálido, desnudo y tembloroso contra la pared. El otro policía, el golpeador<br />

bautista, presionó su rostro contra el mío y, enviando su tibio aliento de cerdo por mi garganta, me<br />

interrogó. Tuvimos una discusión tan larga como el concierto sobre la existencia del dildo con el que<br />

supuestamente había cometido actos lujuriosos y obscenos. Después de un rato, parecieron ceder, y una<br />

vez más discutieron entre ellos, tratando de averiguar si habían cometido un error.<br />

Cuando terminaron, el coloso me ordenó vestirme y me lanzó a otra celda con media docena de gente que<br />

ni siquiera se sentaba en la misma banca que yo porque mi apariencia los asustaba. Mi único compañero<br />

era un tipo con el rostro y la capacidad mental de un chico de ocho años y el cuerpo de un solitario y obeso<br />

abusador de niños. Se veía como yo imaginaba a Lenny de Of Mice and Men. Me dijo que su madre, con la<br />

cual aún vivía, lo había denunciado por falsificar un cheque con su nombre. Quería preguntarle si lo habían<br />

aprehendido al tratar de pasar el cheque en una tienda de donas, pero esta vez mi autocontrol y mi buen<br />

sentido me hicieron comportarme. Nuestra conversación me recordó la primera vez que conocí a Pogo, ya<br />

que Lenny comenzó a darme consejos sobre como ahorrar tiempo al deshacerte de cadáveres. La única<br />

diferencia es que este tipo en realidad había matado a alguien, y su método fue el mismo que Pogo y yo<br />

habíamos ideado para Nancy: fuego.<br />

Durante las siguientes nueve horas, Lenny me cortejó, regularmente interrumpido por los policías, quienes<br />

seguían paseándome por toda la estación para presumir su presa. Después del octavo desfile de la noche,<br />

no me regresaron a la celda de los detenidos. En vez de eso me dijeron que me iban a transferir con la<br />

población general. En el camino, me llevaron con una enfermera, quien me aplico un examen psicológico.<br />

Cualquier psicópata inteligente sabe como lidiar con un examen como ese: Hay repuestas para personas<br />

normales, respuestas para personas dementes y también hay preguntas capciosas en las cuales tratan de<br />

atrapar a la gente desquiciada para ver si tan sólo fingen ser normales. Miré las preguntas –“¿Qué siente<br />

con respecto a la autoridad? ¿Cree usted en dios? ¿Está bien lastimar a alguien si te lastima primero?”- y<br />

les dí las respuestas que querían, evitando así unas cortas vacaciones en el ala de psiquiatría.<br />

Octavo círculo: Los Fraudulentos – Falsificadores de Metales,<br />

Personas, Monedas, Palabras<br />

Después de haber pasado como normal, me llevaron con un doctor para un examen físico. Lo primero que<br />

hizo fue sacar unas pinzas. “Vas tener que quitarte eso,” dijo, señalando el arete de mi labio.<br />

“En realidad no puedo quitármelo.”<br />

“Si no te lo quitamos, alguien te lo arrancará cuando te mandemos con la población general,” dijo con tono<br />

mesurado, y las comisuras de su boca se arrastraron hacía arriba convirtiéndola en una sonrisa sádica que<br />

a penas podía contener.<br />

Cortaron mi arete y me llevaron a un corredor. Había dos rutas para llegar con la población general: una<br />

era pasando una manada de inmensos hombres que hacían pesas que buscaban a alguien con pelo largo<br />

a quien sodomizar. La otra era pasando por la escoria de la sociedad –borrachos, vagos y drogadictos. Por<br />

alguna razón, los policías que me llevaron ahí rompieron su silencioso código sádico y me llevaron por el<br />

camino fácil. Nadie trato de violarme y, aliviado, me dormí instantáneamente.<br />

Me desperté después de lapso de tiempo indeterminable y encontré un plato de lechuga bañada en<br />

vinagre, una pieza de pan duro, y, de postre, la noticia de que alguien había pagado mi fianza. Me dijeron<br />

que había pasado dieciséis horas en prisión. La peor parte es que mi manager había pagado la fianza en el<br />

momento en que me encarcelaron. Pero ese tipo de información viaja despacio cuando eres alguien a<br />

quien la policía odia. Normalmente, la parte mala de un evento como este sería después recompensada

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