03.10.2012 Views

La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson

La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson

La%20larga%20huida%20del%20infierno%20Marilyn%20Manson

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

hormigueaba. Todo lo demás estaba adormecido e impotente, como prótesis colgando de las cuerdas<br />

cortas de una marioneta tirada a la basura. Traté de abrir mis ojos, de ordenarles que se levantaran, pero<br />

no respondían. Necesitaba despertar, decirles que no estaba muerto. Aún estaba vivo. No era mi hora de<br />

morir. Tenía muchas cosas más que hacer.<br />

Mis párpados se abrieron con esfuerzo. Dejando tras de sí una película grasosa y borrosa que me obstruía<br />

la visión. Todo lo que pude distinguir fue una cegadora luz blanca brillando sobre mí, penetrando en mi ser,<br />

o lo que quedaba de él. No era mi hora de morir. Yo lo sabía.<br />

El dorso de una mano, huesuda y varicosa, me frotó la frente. Me pregunté si había estado ahí todo el<br />

tiempo. Una sombra horripilante, vieja y corpulenta y con olor a queso rancio y madera mojada, bloqueó la<br />

luz. Habló: ‘Dios aún te ama.’ La que hablaba era una mujer, quien tosió dentro de su mano y sacudió su<br />

arrugado hábito de monja y después continuó frotando mi frente con el dorso de la mano en la cual había<br />

escupido un momento antes.<br />

Podía sentir mi pecho ahora. Estaba apretado y comprimido, presionando mi corazón. Hubo una pequeña<br />

conmoción cerca. Un hombre viejo y delgado hombre, con el cuerpo cubierto de llagas ya fueran por el<br />

colchón, la vejez o sus huesos presionando contra su piel, había fallecido en la cama contigua a la mía.<br />

Una mano más suave tomó mi quijada y me abrió la boca. ‘Esto te dará dolor de cabeza, pero hará que tu<br />

corazón se sienta mejor.’ Colocó algo bajo mi lengua, lo cual burbujeó y cosquilleó, después apagó las<br />

brillantes luces sobre mi cama. Mi cuerpo se hundió más en la cama, y una tibia y envolvente ola de sangre<br />

corrió hasta mi cabeza y me arrulló.<br />

Cuando desperté de nuevo, estaba oscuro y el cuarto estaba vacío. Mis sienes palpitaban contra mi piel y<br />

mi brazo izquierdo aún estaba dormido, pero mi fuerza parecía regresar. Sólo estaba usando una bata de<br />

hospital verde. Mis ropas estaban en una pila negra en el suelo y en la mesa junto a la cama había una<br />

bolsa amarrilla de plástico para basura. Traté de recordar que me había traído aquí.<br />

Alcancé la mesa, y una ola de dolor atravesó mi tórax. Dentro de la bolsa había un cepillo de dientes, pasta<br />

dental, una pluma, una cajita de maquillaje y una libreta negra –mi diario.<br />

Lo abrí en la primera página y traté de enfocar mis ojos en las ondulantes líneas azules y la borrosa tinta<br />

negra.<br />

“Ni siquiera puedo soportar el ver a la gente en los restaurantes riendo, divirtiéndose,<br />

disfrutando de la vida. Su patética felicidad me da asco. Y en la televisión, ¿en realidad la<br />

gente vive de esa forma? ¿Criamos a nuestros hijos para creer en Baywatch, en las risas<br />

grabadas, Jenny Jones? ¿En estúpidas esposas blancas comprimiendo sus flácidas piernas con<br />

el Tightmaster de Suzanne Summers? Ella ayudó a crear el estereotipo de la rubia estúpida y<br />

ahora es una maldita heroína de un infomercial anunciando un inútil invento que suena como<br />

una película porno o una canción de Aerosmith. Al diablo el consumismo estúpido. La estúpida<br />

gente merece lo que le pasa. Comprarían camisetas que dicen ‘soy un maldito estúpido’ si<br />

Cindy Crawford les dijera que son cool. Me gustaría matarlos a todos, pero los estaría<br />

haciendo una favor. El peor castigo que puedo darles es dejarlos despertar cada mañana y<br />

dejarlos vivir sus estúpidas vidas, dejarlos criar a sus estúpidos hijos en sus estúpidas casas,<br />

y, por supuesto, hacer un disco llamado Antichrist Superstar, el cual molestará y destruirá a<br />

cada uno de ellos. Vete al diablo América. Al diablo conmigo. El mundo abre sus piernas para<br />

recibir a otra maldita estrella...”<br />

Había escrito esas palabras el día en que llegué a New Orleans, hace cuatro meses. Lo recordaba como si<br />

fuera ayer, porque cada día desde entonces las cosas habían empeorado constantemente, hasta que,<br />

devastado por las drogas, el cansancio, la paranoia y la depresión, mi cuerpo finalmente me había<br />

traicionado, haciéndome aterrizar aquí en este fétido hospital de paredes blancas. Yo me sentía optimista<br />

después de haber cumplido con mi obligación de promover Smells Like Children. Pensé que me había<br />

deshecho de mi piel de dudar de mí mismo, que la había visto caerse trozo a trozo a través del curso de<br />

dos años de gira. Lo que pareció emerger de ese capullo era duro y desalmado, delicado y atemorizante,<br />

adormecido y cubierto de cicatrices, una gárgola maléfica que estaba a punto de desplegar sus escabrosas<br />

alas. Mi plan entonces era el grabar un álbum sobre la transformación que había sufrido durante mis<br />

veintisiete años, pero no tenía idea de que iba a vivir la más dolorosa cuando escribía mi diario en el auto<br />

de Missi mientras ella viraba en Decatur Street en una húmeda tarde de Febrero.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!