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Bolívar como héroe trágico - Aníbal Romero

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exigencias de la guerra colocaron en un segundo plano —pero sin que <strong>Bolívar</strong><br />

les perdiese jamás de vista— los retos de la reconstrucción política. En el<br />

Discurso de Angostura esos desafíos se ponen de manifiesto de modo<br />

especialmente preciso y coherente. En ese documento, <strong>Bolívar</strong> expresa su<br />

convicción de que las “inclinaciones del pueblo” se orientaban a “la licencia”,<br />

ante la que se hacía necesario levantar un “dique”. Nuestra “constitución moral”,<br />

frágil y degradada “por las ilusiones del error y por incentivos nocivos” exigía un<br />

gobierno adaptado a la realidad de que “nuestro Pueblo no es el Europeo, ni el<br />

Americano del Norte”, sino más bien “un compuesto de Africa y de América.” 69 A<br />

objeto de “regenerar el carácter y las costumbres” 70 de ese conjunto humano,<br />

<strong>Bolívar</strong> propuso un esquema institucional orientado —<strong>como</strong> con acierto lo<br />

describe Vallenilla Lanz— “a la formación de una élite que representara en el<br />

Gobierno el mismo papel que el cerebro en el organismo individual.” 71 De allí<br />

sus fórmulas políticas del Senado Hereditario y el Poder Moral, también<br />

desplegadas en el Discurso. 72 Desde luego, tales fórmulas hallaron escaso eco<br />

en las circunstancias imperantes, y ciertamente nadaban contra la corriente de<br />

los tiempos, anárquicos e igualitarios. Lo paradójico del caso es que la<br />

emancipación implicó, entre otros aspectos, la liquidación de la élite venezolana<br />

existente hasta 1811; la pretensión de recrearla en 1819, luego del cataclismo<br />

que ya había tenido lugar, era no más que una quimera.<br />

Dicho lo anterior, y todavía en el terreno de las paradojas, cabe<br />

igualmente enfatizar que el pensamiento político de <strong>Bolívar</strong> tenía <strong>como</strong> norte —<br />

en atinadas palabras de O’Leary— establecer “un sistema capaz de dominar las<br />

revoluciones, y no teorías que las fomentasen; pues el espíritu fatal de una<br />

malentendida democracia, que había producido ya tantos males en America,<br />

debía refrenarse para impedir sus efectos.” 73 En realidad, estas frases de<br />

69<br />

Ibid., 2, pp. 1135-1151<br />

70<br />

Ibid., 2, p. 1151<br />

71<br />

L. Vallenilla Lanz, Críticas…, p. 110<br />

72<br />

OC, 2, pp. 1143-1145, 1150-1151<br />

73<br />

Citado en, John Lynch, América Latina, entre colonia y nación (Barcelona: Editorial Crítica, 2001), p.<br />

230<br />

22

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